La alteridad (no “otredad” como algunos la llaman) -término recurrente en sociología- se lo usa para señalar al otro y expresa la condición de ser otro, cualquier persona distinta a un individuo determinado. Su concepción filosófica proviene del dualismo de Platón, quien concibió dos mundos contrapuestos: el mundo de las ideas y el mundo sensitivo. Se explota mucho que en su concepción dualista, Platón diferenciaba lo propio y lo ajeno. De esta bipolaridad se desprendía una diferencia abismal entre lo griego y lo no griego. Roma, por su parte, apropió esta dicotomía para identificar lo romano en contraste de lo “bárbaro”. Los romanos fueron sinónimo de civilizados y de pueblo culto, mientras los barbaros eran vistos como rústicos, de baja cultura y depredadores. En el siglo V invadieron Roma.
Así, pues, precedentemente a Roma, Grecia fue el pináculo de la cultura y consideraba inferiores a los “otros”, de donde surgen como antípodas lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo bello y lo desagradable, lo blanco y lo negro, etc.
El maniqueísmo, por su parte, establece una oposición radical entre lo bueno y lo malo, en cuanto mandato divino imperioso. En política, lo maniqueo –vulgarizado- es un recurso que atribuye todo lo malo al adversario o al otro y alardea de virtuoso lo propio, o viceversa. Sin embargo, más allá de esto, existe un dualismo sicosocial de diferenciación con el otro, alteridad que surge de connotaciones raciales naturales, entre otras. Los individuos de un tipo étnico tal o cual, de un modo natural, se diferencian de los pertenecientes a otra etnicidad o raza. De ningún modo este factor objetivo significa superioridad de unos individuos con respecto a los otros.
Esta diferenciación puede ser social o de otra naturaleza. Invade, como indicamos, el aspecto político, en el que adquiere la suma de prejuicios negativos, haciendo blanco a un grupo de todo lo malo y de todo lo bueno al otro. Con frecuencia se trae a cuento la “leyenda negra” de que en el pasado los originarios eran excluidos y menospreciados por el segmento blancoide o mestizo. Esa leyenda peca de exagerada y hasta cierto punto de falsa, pero se presta a cabalidad para su explotación política y discursiva, nutrida por un sistema propagandístico desinformativo y perverso. Al contrario, la sociedad boliviana diversa transcurrió en el plano de una alteridad de mutua tolerancia y complementación, si bien, no instantánea como todo proceso sociológico de construcción compleja.
Con el actual Gobierno acrecen las diferencias binarias o dualistas, reales o imaginarias, de marginamiento y discriminación contra el sector considerado el “otro”. A la par, se fomenta una suerte de revanchismo para hacer víctima a la actual generación de culpas evidentes o supuestas de un pasado remoto, política divisionista de base deleznable para la concreción de una Nación sólida y cohesionada.
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