A más de 60 años, en un marco de interés general, está aún en debate político el significado e importancia de la revolución de 1952 o “la revolución nacional”, como suelen nombrarla. Francia llamó a la revolución de 1789, “la Gran Revolución”. E Inglaterra le puso el título de “la Revolución Gloriosa” a la que hubo allí en 1688.
La revolución más controvertida, en todo tiempo, es, para nosotros, la del 52, que se registró en el Siglo XX. Generaciones vienen y generaciones van, pero la esencia de ella jamás pasó inadvertida. Siempre estuvo presente en los coloquios de índole político, cultural, artístico, etc. Y, de modo particular, sus conquistas, ahora que se dice que se impone el socialismo, de cara al Siglo XXI.
Los gobiernos de tinte derechista e izquierdista que se sucedieron desde entonces, hasta la fecha, no hicieron otra cosa que entregarse, unos con efecto y otros a regañadientes, a la tarea de perfeccionar, porque todo es perfectible en este mundo, las conquistas que la revolución nacional nos legó. Lo hicieron, obviamente, en concordancia con el imperativo del momento histórico.
Ninguno de éstos se animó a revertirlas a favor de quienes fueron despojados de sus privilegios. La reversión se pudo haber interpretado como un retroceso ante la historia o una decisión contrarrevolucionaria, atentatoria a los altos intereses del país.
La revolución nacional que surgió con ideología y bandera propia en nuestro espacio político, introdujo profundas transformaciones en la vida social y política boliviana. Y sin asesoramiento externo. Fue una acción estrictamente nacionalista. Es decir que obedeció al sentimiento de bolivianidad que se avivaba en cada habitante del territorio patrio.
En consecuencia: cambió el curso de la historia al haber devuelto la dignidad al pueblo boliviano. Y con hechos como el haber derruido las vetustas estructuras de un sistema socio político injusto, indolente y explotador, que favorecía a unos cuantos y condenaba a la austeridad a muchos. Y de esta manera ha evitado también el saqueo de los recursos mineralógicos en provecho de intereses particulares.
Que sepamos, no hubo otra revolución, promovida por uniformados o civiles, de tendencia nacionalista o socialista, que se haya equiparado con la de 1952, que adquirió matices trascendentales en la vida política no sólo boliviana sino continental.
Pues la revolución nacional asumió medidas que beneficiaron al Estado, a sectores sociales populares, a obreros, campesinos, a niños y jóvenes bolivianos. Así resumimos, sin entrar en mayores detalles, todo lo que hizo aquella revolución, cuyas conquistas están vigentes, no obstante el transcurso del tiempo.
La Revolución Nacional instaurada en 1952 es feliz proceso de cambio, diría el conocido pensador Luis Raúl Duran (*).
En suma: “la revolución nacional” y sus conquistas darán aún mucho que hablar.
(*) Luis Raúl Duran: “Ernesto Burillo, un editor generoso”. Ultima Hora, La Paz, Bolivia, marzo 5 de 1982.
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