Que un presidente de cualquier país hable ante la Asamblea General de las ONU en Nueva York y lo que diga sea lo suficientemente descuidado y hasta provocativamente político por lo general causa sonrisas en el auditorio, quizá murmullo y poco aplauso, lo que resulta más normal que anormal por la diversidad de posiciones políticas divergentes y hasta encontradas que caracterizan al mundo representado que esta vez incluía a 130 jefes de estado y docenas de otras delegaciones. Pero que un presidente de EEUU crea que dirigirse a la asamblea de la ONU es como arengar a un grupo de seguidores en territorio estadounidense no solamente es impertinente y hasta raro, sino que es increíble… y por lo tanto injusto y hasta vergonzoso… porque la mayoría del pueblo de EEUU no se lo merece ni mucho menos. El que la asamblea se ría sonoramente luego de que Trump, al minuto de comenzar, diga que “EEUU nunca ha estado mejor que durante su presidencia”, y que éste al notar la hilaridad de la concurrencia tenga el desplante de decir: “no esperaba una reacción así… pero… bueno… okey”.
El que la asamblea se riese sonoramente es nada menos que la manera diplomática y mundialmente unánime de decir a Trump que él no viene persuadiendo a nadie de que lo que hasta ahora ha hecho internacionalmente tenga “mérito incuestionable”. Su discurso duró algo más de media hora y reflejó la divergencia que existe entre la actual Casa Blanca, con el motto “EEUU primero”, y el mundo con la excepción quizá de Rusia. Trump menospreció y hasta socavó las instituciones que el mundo creó y preservó desde hace 70 años. La idea del mandatario estadounidense es que “las naciones van mejor solas”. “EEUU está gobernada por estadounidenses. Rechazamos la idea de globalismo, preferimos la de patriotismo”. Para añadir: “Cada uno aquí presente y el que escucha en el mundo tiene un corazón patriota que siente un amor intenso por su patria…”. Como si ser patriota significase despreciar y hasta entrar en disputas con el mundo que desde luego se lo necesita para comerciar, convivir, dar, recibir y desde luego tranzar pacíficamente.
Fuera de las consabidas sesiones de fotografía, la curiosidad internacional lógicamente se centró en el sonado acontecer del juez Brett Kavanaugh y el deseo de Trump de que sea aprobado como juez de la Corte Suprema del país, un cargo vitalicio que mucha gente considera demasiado importante para darlo a un individuo acusado de abusar sexualmente a estudiantes en sus épocas universitarias. También en el posible y sonado despido del conocido subdirector de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), Rod Rosenstein. Estos por encima del interés en Irán o Corea del Norte. Como dice Robin Wright en The New Yorker: “Trump mencionó a Rusia solo una vez cuando se refirió al gasoducto Rusia-Alemania, pero omitió referirse a la intromisión rusa en las elecciones de EEUU de 2016, y a las manipulaciones rusas para afectar elecciones en otras democracias occidentales, o a las intervenciones en Siria y los ataques mortíferos con agentes químicos en Inglaterra”. Esto a tiempo de que las agencias de seguridad de EEUU tildan a Rusia de amenaza mayor a la democracia de EEUU. En el almuerzo servido a líderes, Trump saludó al canciller ruso S. Lavrov. Putin no estaba. Paradójicamente, en docenas de alocuciones políticas en su país, Trump insistía en que EEUU era “el hazme reír del mundo”. Esta vez, en la ONU… lo fue él.
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