Arturo D. Villanueva Imaña
Luego de un largo devaneo al que nos tiene acostumbrados a los bolivianos, Carlos D. Mesa G. finalmente anunció su candidatura a la Presidencia para las elecciones de 2019.
La noticia ha provocado gran alborozo, sobre todo en aquellos sectores de la clase media que ha salido masivamente a las calles y se ha movilizado para impedir la inconstitucional como antidemocrática postulación de Evo Morales. En ella, él mismo se encarga de anunciar que lo hará de la mano del Frente Revolucionario de Izquierda (FRI), cuya desvergonzada alianza con el conservadurismo más reaccionario es por todos cuestionada y motivo de recelo.
Todo hace ver que de este modo busca ocultar sus más íntimas convicciones políticas, y más bien intenta mostrarse como una verdadera alternativa al MAS, la vieja derecha y los partidos tradicionales, tal como lo reclama una generalidad de plataformas ciudadanas que habían quedado al margen del juego electoral por la aprobación de la ley de partidos políticos.
Es más, al candidatear con ese frente, se puede entrever que lo que busca es atraer (y por tanto desgajar a su favor), aquella emergente clase media, precariamente constituida por la bonanza económica de los años pasados, pero que electoral y políticamente puede jugar un rol importante, en vista de su peso demográfico y el paulatino desencanto que el MAS y su gobierno le generan.
En lo electoral, el cálculo político puede ser razonablemente optimista, habida cuenta del agotamiento y decadencia del actual régimen, que además ha entrado en una espiral de traspiés, reveses y desatinos por todos conocidos, y que hacen cada vez más imperiosa la necesidad de su cambio.
Lo que definitivamente no parece estar dentro de sus cálculos (y que es muy probable que lo haya desechado intencionadamente), es que su candidatura no contempla ni convoca la inclusión de los movimientos sociales y los sectores populares de la resistencia al modelo de gobierno y al sistema imperante. Esos mismos que durante todos estos años han dado la cara y han puesto en evidencia toda la traición, impostura y las incongruencias de la gestión de gobierno, y que no tienen que ver únicamente con demandas sociales y sectoriales, sino con los asuntos estructurales de fondo, que configuran la deuda histórica más importante para el país, pero sobre todo para la construcción de un Proyecto Nacional-popular. Es decir, que prefiere apostar a la disputa electoral por el gobierno, teniendo como mira únicamente la recuperación de la democracia formal, el restablecimiento de la independencia y equilibrio de poderes, y eventualmente algunas medidas de gestión económica con estabilidad, pero que no alteren el modelo (desarrollista y extractivista), y menos lo cambien.
Aquello, que indudablemente puede aparecer como suficiente para amplios sectores de la clase media conservadora, que además se encuentra suficientemente cansada y aburrida de tanto despropósito e intento de repetirse a toda costa; en cambio, de persistir ese conformismo inmediatista y corto de visión, bien podría derivar y constituirse en un preámbulo para el desencadenamiento de problemas mayores a futuro, emergentes de la falta de atención y resolución de los problemas de fondo del país.
Carlos Mesa, consiguientemente, hace una apuesta limitada, solo para una parte del país y con un propósito únicamente electoralista en el que no se contempla una visión de país y un programa efectivamente de izquierda que lo respalde. El país puede transitoriamente ilusionarse de nuevo, pero con seguridad que no tardará en hacer evidentes las necesidades de un verdadero cambio.
Finalmente y no menos importante, todo ello es previsible sin mencionar que los Nerones locales no vayan y decidan incendiar Roma, antes de declinar en su terco despropósito inconstitucional y antidemocrático, y con tal de imponerse a toda costa contra el mandato del soberano.
El autor es Sociólogo, boliviano.
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