Economía de palabras
Hace cuarenta años, Marcelo Quiroga Santa Cruz proponía que el gas natural existente entonces, unos 5 TCF (como ahora), no fuese exportado a Brasil porque debía servir para la siderurgia, la metalurgia y otros proyectos de desarrollo industrial.
Ahora, como van las cosas, ese deseo será satisfecho por la realidad, ya que el gas natural se está acabando y, de veras, tantos años después, la siderurgia sigue en proyecto, pero sobre todo porque los vecinos ya no quieren nuestro gas.
Dice Siglo 21 en su edición de esta semana que la renovación del contrato con Brasil está muy verde, pues las reuniones no se realizan y lo único que se sabe es que el vecino quiere comprar la mitad del gas ahora comprometido, y pagar menos, pero además no quiere fijar plazos demasiado largos. De veinte años, ni hablar.
Lo más grave: Siglo 21 menciona que el próximo año, todo el próximo año, Bolivia tendría que enviar gas a Brasil sin esperar pago alguno porque ese país lo pagó por adelantado, debido al “take or pay”. Como en un bar: si pides un trago, lo pagas, ya sea que lo tomes o no.
Cuando los brasileños hayan dejado de recibir el volumen ya pagado podría ser que no quieran recibir más, algo que podría decidir Jair Bolsonaro con mucho gusto, si es que ganase en la segunda ronda del 28 de octubre.
Y los argentinos, que la semana pasada reiniciaron las exportaciones de gas a Chile, anuncian que en 2022 podrá exportar 130 millones m3/d de sus fabulosos yacimientos de Neuquén. Por supuesto que no necesitarán comprar gas extranjero.
Por lo tanto, el gas que existiere en Bolivia tendría que ser usado para la tan ansiada siderurgia, para la metalurgia y la industria que lo requiriera, exactamente como Marcelo quería hace cuarenta años.
Las reservas de gas que existían entonces aumentaron hasta a 20 TCF, pero se agotaron en todo este tiempo y, como sabemos todos, se convirtieron en millonarios elefantes blancos que hasta ahora han costado US$ 2.500 millones.
Ahora volvemos a tener 5 TCF, lo que saben nuestros vecinos, que han optado por no comprar ilusiones ni hacer planes de abastecimiento a partir de un gas que no existe.
Es bueno que los países vecinos decidan no comprar gas boliviano y nos permitan usar lo que queda para atender la demanda interna, aunque sea sólo por cinco años.
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