José Carlos García Fajardo
Gracias a los ancianos se está produciendo una revolución silenciosa que marcará un antes y un después en el envejecimiento. En muchos países ya existe esa parte de ancianos dependientes ante cuya situación es preciso aportar propuestas alternativas.
El Siglo XXI va a ser el “siglo del envejecimiento demográfico”. Se habla de la revolución blanca: el envejecimiento del envejecimiento. Hoy, el 10% de la población supera la edad de 65 años. En 75 años la población total se habrá triplicado y la de ancianos se sextuplicará. Habrá diez veces más de mayores de 80 años.
Mientras tanto, el número de ancianos que sufren maltrato en España se acerca a los 300.000. En tres años la cifra se ha incrementado un 82%, y cerca de un millón y medio de personas mayores viven solas. Las más perjudicadas son las mujeres, el 11% de las mismas sufre agresiones físicas, el doble que los varones. A esto se suma el maltrato psicológico, que también es muy superior entre las mujeres (36%) comparadas con los hombres (15%). El porcentaje español es similar al que declaraba la OMS en su Informe del año 2002, y que lo situaba entre el 4% y el 6% de los ancianos encuestados. En Estados Unidos, The National Center on Elder Abuse cifra la incidencia en diez víctimas por cada mil habitantes. Además, las ancianas padecen el llamado “abuso material” (saqueo de cuentas bancarias, apropiación de objetos y propiedades) en una proporción cuatro veces superior al que soportan los hombres.
El maltrato a los mayores transgrede con impunidad aspectos que afectan a la última fase de su aventura vital. De ahí que se hable de la Cuarta Edad en que el mayor puede no ser atendido con buenas técnicas por su familia.
Hablamos del maltrato con que la sociedad se produce a veces frente a los Mayores. No es un fenómeno nuevo, aunque sí es moderna su calificación y su observación. En Estados Unidos, a mediados de los ochenta, se institucionaliza el término Elder abuse, que se consolida en la Declaración de Toronto, de 2002.
Estamos ante un grave problema social de raíces culturales y psicológicas, que no es patrimonio de ninguna clase social, ya que los niveles económicos y educativos no libran de que existan abundantes casos de personas que lo padezcan.
La autoridad del anciano, respetada y observada, aunque también con sus profundas sombras, ha decaído. Ya no es para el “viejo” el mejor sitio de la casa ni el mejor vino de la hacienda. Estamos en plena sociedad industrial y sin fronteras; los movimientos migratorios transportan a los mayores como inútiles fardos más, salvo que sean abandonados en sus puntos de origen. Hoy las casas son pequeñas, los recursos escasos, las pensiones insignificantes, la vida se alarga, el hedonismo como religión convierte a los ancianos en estorbos.
La sociedad industrial, competitiva, despersonalizada e individualista, ha producido en muchos mayores un desfondamiento moral y emocional sobre todo cuando presienten que van a ser desarraigados de su entorno y que forman parte de un turno de espera a las puertas de un asilo o Residencia.
La vejez conlleva que padezcamos limitaciones físicas, a veces también mentales, que nos pueden subordinar a una dependencia frente a los demás. A todo ello se añade que las circunstancias le pueden abocar a una inmensa soledad (a veces acompañada) o al abandono y olvido por parte de los suyos.
La persona mayor no sólo es miembro de la familia, sino también de la Sociedad, un ciudadano con una historia, creador de riqueza social y con plenos derechos para exigir que la Sociedad, a través del Estado, le devuelva parte de su contribución social en forma de pensiones y jubilaciones suficientes, viviendas adecuadas y servicios sociales que le garanticen una vida digna. Actualmente estamos pasando por una situación particularmente crítica, donde en muchas familias coexisten la jubilación de los mayores con el desempleo de los más jóvenes, de manera que ambas generaciones, aunque por causas diferentes, sufren la pérdida de autoestima y marginación social, lo que suele ser generador de violencia familiar.
La única forma de erradicar el maltrato a los mayores supone poner en marcha: Intensas campañas de sensibilización. Servirnos de las redes de comunicación. Poner al descubierto los casos conocidos. Denunciarlos ante instancias administrativas o judiciales. Ocuparse del maltratado y aprovechar ese inmenso capital de generosidad del voluntariado social porque con su paciencia, comprensión y buen hacer puede evitar que las cicatrices duelan, conseguir que los ánimos se serenen y que los ancianos, al percibir una proximidad afectiva y desinteresada, esperen con serenidad la inevitable proximidad de su final.
El autor es Profesor Emérito UCM.
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