Las comparaciones entre Adolf Hitler (1889-1945), nacido en Braunau am Inn, Austro-Hungría, y Napoleón Bonaparte (1769-1821), nacido en Córcega, uno de los militares más notables y estudiados de la historia, existen por lo que tenían en común: los dos eran extranjeros en los países que rigieron, Hitler era austriaco y Napoleón italiano; ambos invadieron Rusia y salieron mal parados cuando el plan, de cada uno, era invadir Inglaterra; ambos se dice que tenían memoria fotográfica; los dos eran un poco menos de 1,73 m. de estatura; cada uno en su momento tomó militarmente la ciudad rusa de Vilna, hoy Vilnius capital de Lituania, un 24 de junio.
Napoleón la tomó en su avance a Moscú de 1812 y después en su desastrosa retirada cuando soldados y oficiales de la Grande Armée fueron bien recibidos en Vilnius aunque miles murieron y fueron enterrados en fosas comunes descubiertas en 2002. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Vilnius tenía una gran población judía: incluso Napoleón la llamó “la Jerusalén del Norte”. El 22 de junio de 1941 Hitler lanzó la operación Barbarossa contra la URSS y tomó Vilnius el 24 de junio. La población judía fue distribuida en guetos y sistemáticamente aniquilada en el infame “Panerial” y otros lugares.
El 24 de junio de 1940 y después de haber ocupado París, el líder del Tercer Reich, decide recorrerla y lo impresiona al punto de querer hacer de Berlín una ciudad más bella que la capital de Francia. La monumental tumba de Napoleón Bonaparte le atrae en particular, de la que se dice que al salir comentó: “…fue el momento más grandioso y notable de mi vida”. Como tributo al Corso, Hitler ordena que los restos del hijo de Napoleón que descansaban en Viena, Austria, sean trasladados a París y depositados al lado de los restos de su padre. El hijo en su momento fue Napoleón II Bonaparte, “Aguilucho” (1811-1832), rey de Roma, hijo de María Luisa de Austria, nacido en París, murió en Viena.
Pero Hitler no ocupó París para turistear y envidiar su belleza. Primero y con prioridad ordena la destrucción de monumentos de la Primera Guerra Mundial entre ellos el del general héroe francés, Charles Mangin (1866-1925), “El Carnicero”, que decía que “ganar guerras costaba mucho muerto;” veterano de las guerras coloniales, general en la primera guerra mundial en la que fue un dolor de cabeza para los alemanes en las batallas de Verdun, Aisne, Marne y Ailette. Y el monumento de Edith Cavell, una enfermera inglesa que había sido fusilada por haber ayudado a soldados aliados a escapar de Bruselas ocupada por los nazis. Hitler de ninguna manera iba a permitir ninguna muestra que atentara contra la hegemonía alemana.
Su admiración por París hizo que ordenase a su amigo arquitecto, Albert Speer, revivir el plan de construcción masiva de edificios públicos en Berlín, de modo que se destruyese París no con bombas (aunque después la quiso dinamitar) sino con una arquitectura superior. ¿No es París hermosa? Hitler preguntó a Speer. “Berlín tiene que ser mucho más hermosa y cuando la terminemos, París no será ni su sombra”. Hitler postulaba que: “si dices a menudo una gran mentira a la larga se convierte en verdad”. En tanto que Napoleón había dicho: “la religiosidad de los pobres impide que asesinen a los ricos”. Se asemejaron en que ambos subestimaron a las colectividades de otros, y sobreestimaron las propias, pero… Napoleón fue un soldado a carta cabal. Hitler un artista enajenado, oportunista y genocida.
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