La espada en la palabra
Hay ciertamente una línea más o menos delgada que separa los conceptos de conservadurismo y fascismo, pero hay una línea.
En América, como en casi todas las partes del mundo salvo aquéllas en las que no se ha visto un desarrollo histórico hegeliano, se han presentado ciclos históricos con una fisonomía peculiar que iba concorde con las características de las fuerzas que chocaban en él. En este sentido, la historia sí avanzó progresiva pero también cíclica, si es que se tiene en cuenta que en cada momento hay pugnas irreconciliables y antagónicas (unas religiosas, otras económicas, otras políticas y otras, finalmente, sociales). Hasta ahora, la más bella síntesis de esta perene beligerancia hegeliana fue la democracia, cuyo precedente estuvo en el choque del absolutismo (como tesis) con el liberalismo (como antítesis).
Hoy no son tanto los credos religiosos cuanto las ideas políticas y sociales las que luchan en la arena, y si bien éstas no tienen la intensidad dogmática que tenían en el Siglo XX, sí siguen en vigor. Sobre el individualismo agotado del 800 se alzan dos frentes que, como si de figuras divinas se tratasen, contienen verdaderas doctrinas de fe que irán a decidir la suerte de varios pueblos del mundo: el comunismo y el fascismo. Al fin y al cabo, para las Ciencias Políticas el comunismo y el fascismo, por ser extremos ya desde el principio de su aparición, se caracterizan gráficamente en una como herradura porque sus características se van tan a los extremos que al final terminan siendo las mismas.
¿Por qué hemos hecho esta introducción que parecería no venir al caso, siendo el título de este artículo ¿Fascismo en América? Era necesaria una breve noción de lo que en realidad es el fascismo. Y es que últimamente la opinión pública proveniente de personas profanas en estudios sociales o políticos, ha ido adjetivando como fascista a toda tentativa gubernamental o individual de frenar los impulsos del vanguardismo social en todo orden. En realidad, las personas que ven aunque sea un minúsculo componente militar en el poder o conservador en las esferas públicas, tachan de fascista al régimen que está en ellos, lo cual es por demás errado.
Lo que yo observo es que la sociedad ha llegado a un grado tal de posmodernismo -casi surrealista-, que ha socavado ciertos elementos esenciales de la ética sin los cuales la vida de los seres humanos no podría seguir su marcha. Ya era un imperativo del espíritu de la historia, si hablamos con Hegel, que se impusiera una antítesis a la vanguardia. Es por eso que, si bien en asuntos de economía la ideología debe estar desterrada de la mente de los políticos, en el asunto social aquélla debe entrar nuevamente en juego en este Siglo XXI. En este sentido, lo que representan Trump y Bolsonaro no es, como algunos pretenden, un retroceso o un crimen contra el progresismo; es más bien un freno al intento de hacer creer que todo lo que estamos viviendo como sociedad moderna es una contravención. Por otra parte, es pertinente saber que Trump y Bolsonaro no son los conservadores: los conservadores son todas esas millones de personas que votaron por ellos. Y analizadas las cosas desde este punto de vista, las personas de estos tiempos modernos no son tan progresistas como lo habíamos estado creyendo.
En conclusión, en América no vivirá un fascismo opresor de judíos, gitanos y homosexuales, sino un leve giro hacia el conservadurismo, que es algo muy diferente. Quizá era necesario después de tantas décadas de desorden que interpela y cuestiona con invectivas que pretenden ser propuestas, pero que no tienen posibilidades de realización. Además, dígase de paso que el conservadurismo es en muchos aspectos bueno, o no tan malo, si se quiere. Los británicos nos lo han demostrado con toda certeza.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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