Arturo D. Villanueva Imaña
A la seguidilla de despropósitos, desaciertos y derrotas que continúan desacreditando más y se han convertido en la característica más relevante del gobierno y el MAS; ahora se le ha sumado una pesadilla largamente temida (aunque también intuida), que se llama candidatura presidencial de Carlos Mesa.
Muy en contrario de provocar una reacción diferente; acorde y serena frente al desafío que implica dicha postulación; el MAS y su gobierno han reaccionado y siguen actuando bajo lo que podría denominarse un “efecto zombie”, porque no se les ha ocurrido nada mejor que ahondar sus típicas actitudes de amenaza, intimidación, descalificación y atropellos (como por ejemplo atacar y secuestrar propaganda de una tienda de recolección de firmas para el nuevo candidato, u otras expresiones del mismo tipo). Es decir, confirmando y como queriendo subrayar que no están dispuestos a ceder, que no van a reconocer ningún argumento, razón o derrota, y lo que es peor, que van a reaccionar con violencia (irracional), contra todo lo que se oponga a su obcecado como inconstitucional intento de prorrogarse a toda costa.
En la otra acera, la de la candidatura de Carlos Mesa, la algarabía no se ha hecho esperar. La candidatura llena un largo vacío y desesperanza ciudadana (especialmente de las capitales departamentales y las clases medias tradicionales y emergentes), que se había ido acumulando (sin descartar una sutil estrategia de posicionamiento hábilmente administrada), junto al rechazo, el desencanto y el repudio que provoca el desempeño y la impostura del gobierno de Evo Morales.
Cuando todo era desánimo y pesadumbre nacional (acrecentadas con el inesperado fallo desfavorable de la Haya), Carlos Mesa decide anunciar su candidatura, yendo en contra y muy a pesar de su compromiso expreso con las plataformas y colectivos ciudadanos defensores del 21F (a los que ahora convoca a respaldarlo), de luchar prioritaria y fundamentalmente por impedir la antidemocrática como inconstitucional postulación de Evo Morales, así como de legitimarlo con candidaturas de oposición.
A pesar de haber contradicho su compromiso, la decisión ha tenido un golpe de efecto que ha logrado devolver un poco de esperanza a aquella alicaída ciudadanía, que ahora se convierte en su principal objetivo. Sin embargo, no debería llamarse a engaños, puesto que si bien esa algarabía llena un vacío frente a la sensación de indefensión y resignación que se había apoderado de la ciudadanía, ésta puede durar tanto como tarden en surgir nuevas opciones.
Al respecto y observando la reacción ciudadana, señala una sabia conseja que para tomar decisiones en la política como en el amor, es fundamental que ellas sean meditadas y razonadas. A pesar de ello, la práctica y la experiencia muestran todo lo contrario; es decir, que las afinidades en política (como en el amor), pesan más los afectos y desafectos subjetivos, las empatías intuitivas; NO el razonamiento, ni la inteligencia. No por nada esa es la explicación y una de las principales razones que priman (por encima de un proyecto y programa político por ejemplo), para decidir por quién votar; y que ahora sirve para que Carlos Mesa capitalice el descontento, afincándose en la afinidad y simpatía con su perfil.
Ahora bien, para evitar nuevos y fatales desencantos (como el que no terminamos de sufrir y que ahora soportan tan agobiadamente pueblos como Argentina, Chile y Brasil, pero también Nicaragua o Venezuela); y sobre todo para saber exactamente a lo que debe atenerse la nación en caso de que Carlos Mesa sea elegido; sería fundamental y perentoriamente importante que este candidato pueda responder claramente al país: qué hará con el modelo desarrollista y salvajemente extractivista que impera; con los transgénicos; con la desmesurada deforestación y ampliación extensiva de la frontera agrícola; con la carretera por medio del Tipnis; con la minería extractivista, los cooperativistas mineros, las empresas transnacionales, la explotación contaminante de oro en los ríos amazónicos y yungas; la despatriarcalización, la justicia, la descolonización, el Proyecto Bala-Chepete, la explotación de hidrocarburos en áreas protegidas y el fracking, etc., solo para mencionar algunos de los asuntos de fondo que hacen al futuro de la nación.
Más allá de la idoneidad, la solvencia y las credenciales personales indispensables, o inclusive de recuperar la democracia, una institucionalidad quebrantada y el estado de derecho, o la restitución de derechos ciudadanos y libertades básicas; el país merece conocer y saber qué propone respecto de los problemas fundamentales que hacen a su futuro y destino.
El autor es Sociólogo boliviano.
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