Transcurren varias jornadas posteriores al 1 de octubre 2018. Lapso de tiempo en que los bolivianos comprometidos con nuestra Patria tomamos un corto espacio para analizar, en profundidad, si es cierto que con el fallo de La Haya no habría ningún otro tema a tratar con la diplomacia de la vecindad y mucho menos pensar en un acceso soberano al Pacífico, porque fuimos derrotados por la jurisprudencia, en tan alto Tribunal.
La siniestra palabra “derrota”, especie de bandera negra de los filibusteros, fue enarbolada dentro y fuera de Bolivia, haciéndonos engullir, pero no digerir, que la Corte Internacional de Justicia, en La Haya, había fallado contra el valor de los héroes defensores de Calama de 1879; contra la historia y geografía que testimonian el nacimiento de la República de Bolivia en 1825, con amplia faja costera de 400 kilómetros al Pacífico.
Escuchamos a portavoces externos y repetir con insistencia a ruidosos ecos internos, que estamos “derrotados”.
En consecuencia, debemos humillar la cabeza, olvidarnos de 1879 y enaltecer un “nuevo” diálogo, en el que a nada tenemos derecho. Una especie de Tratado peor que el de 1904.
Empero, con algunas excepciones, Bolivia ha comprendido que La Haya se refiere a que Chile no tiene obligación de negociar con nuestro país y punto. La Haya rechazó una parte, dejándonos múltiples posibilidades de negociación con el vecino.
El fallo de La Haya, reitero, no cerró ni puso candado a la legítima reivindicación boliviana de retorno al Pacífico, ni borró el testimonio histórico y geográfico de que Bolivia nació con 400 kilómetros de faja costera. Esta realidad es irrenunciable.
Es hora, pues, de que pongamos las cosas en su lugar, en su debido casillero. Dejemos de ver el fallo de La Haya con ojos chilenos. Es un fallo que debemos acatar, pero, simultáneamente, poner en práctica de inmediato opciones como la de Ilo y con mayor propiedad, la salida soberana al Atlántico por Puerto Busch.
Impulsemos la ampliación de nuestras relaciones diplomáticas con Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay, utilicemos aquellas vías fluviales que remontarán nuestra bandera rojo, amarillo y verde hacia las aguas del Atlántico Norte y Sur.
Este es el actual reto: quitarnos los anteojos chilenos y ver, con ojos bolivianos, el amplio escenario que se abre para Bolivia después de más de un siglo de dependencias portuarias.
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