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[Mario Alfonso Ibañez]

Ciudad de La Paz, hogar de la bolivianidad


“Los discordes en concordia, en paz y amor se juntaron y pueblo de paz fundaron, para perpetua memoria”, es la noble e inmortal leyenda que se inscribe en el escudo de armas de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, capital del Departamento del mismo nombre y también capital administrativa de Bolivia, la cual fuera fundada por el ilustre Alonso de Mendoza el 20 de octubre de 1548 (aunque algunos historiadores señalan esta fecha como la 2da. Fundación después de la realizada en Laja), en la plaza que lleva el nombre del fundador de la ciudad, que también es llamada Plaza de Churubamba.

La Paz, “Gacela adormecida al pie del Illimani”, al decir del poeta, es al mismo tiempo crisol de la nacionalidad, hogar de todos los bolivianos y refugio generoso de extranjeros que llegan a ella dispuestos a demostrar sus ideas creativas y su trabajo. Es “Chuquiago Marca” para los aymaras, la historia la llama también “Cuna de la Libertad y Tumba de Tiranos”, porque en su seno se gestaron las jornadas más gloriosas de la República y durante la lucha por las libertades democráticas. Y no es posible lastimar su vocación de servicio al país, porque reacciona como león herido cuando los derechos de su pueblo pretenden ser conculcados.

La ciudad de La Paz es el centro neurálgico del Departamento. El incesante hormigueo de sus calles está hablando permanentemente el idioma del desafío frente al cambio-crecimiento que agita al mundo, en procura de alcanzar el progreso en su economía de avanzada que se manifiesta en sus industrias y su activo comercio.

Ciudad multilingüe y multi-étnica, ya no es solamente patrimonio aymara, porque la pluralidad cultural la hace cosmopolita y, por lo tanto, ha dejado de ser ciudad de pocos o de la zona andina únicamente, para trasformare en metrópoli, es decir ciudad de todos, convertida en vertiginosa urbe, al igual que otras tantas capitales del mundo.

Su pueblo, sin dejar su acervo cultural y sus raíces ancestrales, camina de la mano con la modernidad y la cultura occidental, logrando características de conjunto, lo que hace del paceño un espíritu que está por encima del individualismo y del elitismo social o regional de tipo pueblerino.

La ciudad de Nuestra Señora de La Paz no es solamente Sopocachi, Miraflores, la zona norte o San Pedro. La ciudad ha vencido la caprichosa y rebelde topografía de su textura natural para trepar las montañas y así han aparecido otras zonas que, aunque marginales, son también típicas por las características de sus pobladores. En un reto a la ingeniería, el paceño ha logrado levantar monumentales edificios comerciales y complejos habitacionales de exquisitas líneas arquitectónicas, donde se aprecia la capacidad de su industria constructora.

Con barrios en la zona norte y en el centro de la ciudad donde todavía duermen los gratos recuerdos coloniales y el romance de la época republicana, conviven las nuevas zonas residenciales, como Irpavi, Achumani, La Florida, San Miguel, que se extienden febrilmente más allá de lo que eran las chacarillas de Obrajes y Calacoto, aspectos que dan a la ciudad atractivos de belleza y esplendor.

La ciudad de La Paz es el alero benigno para todos los bolivianos y para todos los ciudadanos del mundo que quisieran afincarse en ella, cuando pretendieran hacer realidad sus sueños y esperanza de encontrar nuevos horizontes de bienestar y progreso.

La ciudad de La Paz, de corazón grande, es una invitación para llegar a las provincias del Departamento, donde la mano de hombre aún no ha desentrañado ni sus misterios ni sus potencialidades naturales y que al ser descubiertos, pueden constituirse en milagros industriales para la inversión extranjera de gran aliento.

La ciudad de La Paz es esto y mucho más. Es cuestión de tomar una decisión para conocerla desde donde uno se encuentre para nunca olvidarse de sus encantos y de su vida activa para progresar por los caminos del esfuerzo y del trabajo.

 
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