Nicómedes Sejas T.
La presión del calendario electoral restringe la confrontación electoral a la pugna de oficialismo y oposición, con una alta dosis personalista, pero desprovista de los temas fundamentales de la política. Desde este punto de vista, las elecciones nacionales han quedado mutiladas de su razón de ser, como medios de expresión de los intereses nacionales de una sociedad en transición, donde una visión pluralista debe ser puesta a consideración del voto popular.
La demanda de novedad en el liderazgo político ha quedado reducida a cambios generacionales de nuevas caras de escasa trascendencia en lugar de propuestas coherentes con los intereses nacionales de desarrollo sostenible como proyecto de futuro.
La otra particularidad de la presente coyuntura es que el oficialismo supone que es el único proyecto con un liderazgo que goza de legitimidad, debido a su representatividad indígena, con un programa que promete garantía de estabilidad con crecimiento. Tales supuestos parecen justificar su continuidad indefinida en el poder, recurriendo, al mismo tiempo, para tal efecto a la descalificación de sus adversarios, con conceptos radicales que confrontan al indio contra el k’ara, el nacionalizador contra el neoliberal. La propaganda oficialista despliega su habilidad para construir una oposición según su deseo, una oposición a la que le atribuye su solo interés por tumbar al gobierno indígena, por motivos racistas. En realidad el bastión más duro del oficialismo son los cocaleros del Chapare que se sienten amenazados por cualquier otro gobierno que no sea de EMA –ni siquiera del MAS-; en segundo lugar están los sectores indígenas que aún se creen representados por su caudillo en el poder; el tercer círculo está constituido por sus aliados incrustados en los altos cargos de la administración pública, los privilegiados funcionarios que ejercen el poder detrás de la fachada partidaria, los verdaderos operadores de la re-re-re-reelección.
Los entusiastas analistas que apoyan al candidato Mesa también han empezado a razonar con la lógica oficialista, ponderan los méritos del candidato opositor como atributos de superioridad frente al caudillo indígena, entre los que resalta su “talla de estadista”; afirman, mientras el caudillo es portador del pasado de contenido étnico y racial, el candidato opositor es de un proyecto de futuro, de modernidad. La segunda premisa es que el descontento mayoritario expresado el 21F, en constante crecimiento, legitima la urgencia de la alternabilidad en el poder, restableciendo las reglas de la democracia electoral. Estos analistas con acceso a los medios masivos de comunicación concentran sus dardos contra el continuismo, siguiendo la intuición de los descontentos, pero también, ignorando olímpicamente la solución de los problemas del colonialismo interno que fagocita toda buena intención.
La solución del continuismo por la alternabilidad es la vieja experiencia en la que el aparente cambio no cambia lo sustancial. Desde la instauración de la República los criollos han sido la élite hegemónica y el poder ha sido ejercido con la misma visión continuista en el molde del colonialismo interno. La élite hegemónica también ha producido la ideología de tal relación hegemónica, reproduciendo los prejuicios de Sepúlveda en la construcción de la identidad indígena, el indio como un ser inferior. El modernismo en cualquiera de sus matices, en muchos casos sin saberlo, al propugnar la modernización occidental se vuelve monocultural y etnocida, intenta suprimir el valor de nuestra cultura andina, tribalizandola.
Esta ignorancia deliberada o espontánea de los temas políticos fundamentales podemos denominar como un fenómeno de historicidio, un intento de matar nuestra historia ilusoriamente, y al mismo tiempo, posponer los problemas coloniales que lastramos. Las soluciones inmediatistas de alternabilidad de los titulares del poder ejecutivo ha desplazado los problemas de las “dos bolivias” y con ellas la ciudadanización igualitaria de indios y no indios.
La urgencia de la alternabillidad no visibiliza que la confrontación política de fondo es la disputa de dos modelos de modernización, ambas indigenistas, el del MAS es la vía estatista, les gusta llamarla socialismo del S. XXI, y la del candidato Mesa del liberalismo tradicional. Este péndulo ha inviabilizado todo progreso consistente porque para ambos la cultura andina es un lastre. El MAS se aferra al poder y usa todos los recursos públicos sin importar que su obsecuencia atente contra el Estado de Derecho, razón por la cual la democracia carece de importancia; el candidato opositor invoca la necesidad de la alternabilidad sin ofrecer verdaderas soluciones al colonialismo interno, cuyos fines y valores están contenidos en el liberalismo que profesa, que en buenas cuentas viene a ser la otra cara del indigenismo.
Las dos formas del indigenismo, como un fenómeno de historicidio, al ignorar el sentido de nuestra historia, se convierten en la justificación ideológica del colonialismo interno. La sociedad boliviana requiere de una propuesta orientada a resolver todas las formas de desigualdad, sociales y económicas, que se ceban en el indigenismo, la incursión de actores con una nueva visión de país.
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