Moros y cristianos han celebrado el día 10 pasado los 36 años de democracia. Si hacemos un balance de ese largo período veremos que el debe es mayor que el haber. Después de las dictaduras militares sólo se ha recuperado el voto y con él las elecciones cada cinco años, habiéndose podido hacer mucho más. En el indicado lapso hemos visto pasar unos 7 presidentes y el actual va por el cuarto período. Las promesas de todos ellos -no siempre acertadas- no se han cumplido.
Estos gobiernos han dejado transcurrir un tiempo valioso sin que las deficiencias que arrastramos se hubieran corregido por lo menos en parte, y el Estado -en gran medida su causante- sigue enfangado en los vicios de siempre. Veamos algunos de los males inveterados que hacen víctima al pueblo llano.
Continúa pendiente la vigencia del Estado de derecho y éste reducido casi a su inexistencia al presente. Es así que la precaria institucionalidad se ha venido abajo. La Administración Pública está parcelada y sometida a un régimen feudatario donde campea el nepotismo. En los 13 años del MAS se ha triplicado el número de los funcionarios públicos, profundizando el déficit fiscal. La Justicia ha tocado fondo, convertida en una dependencia del Ejecutivo. No se fomenta una “cultura de la legalidad” (H. Oporto) y ello contribuye a eludir el cumplimiento de la ley, según las conveniencias personales o de grupo. En este rubro el mal ejemplo viene desde la cima del poder. Los partidos políticos carecen de institucionalidad interna para reactivarse sólo en períodos eleccionarios.
Parece un secreto colectivo por el que nadie pone el dedo en la llaga sobre el recambio de autoridades por voto que, sobre todo, en los municipios, ha traído de la mano el destape de la informalidad, convirtiendo las ciudades -en especial a la de La Paz- en una gigantesca feria popular. Es que los puestos de venta son votos a conservar.
Sigue en pie el Estado benefactor y paternalista, en desmedro de la actividad creadora individual. Destaca, entre el resto de los gobiernos pasados, el actual por nutrirse socialmente del corporativismo, engendro del clientelismo. Desde hace 13 años Bolivia vive una tremenda división étnica-social. La salud, relegada al último plano, cree haber sido sustituida por las canchas de césped sintético. En la educación se ha trocado la ciencia y la excelencia por la ideologización de los educandos desde la cartilla inicial en adelante, en clave del culto a la personalidad de Evo Morales. Otro de los sostenes de los gobiernos son los feriados, el tumulto, los desfiles (que no son muestra de patriotismo), las marchas y demás formas de interrumpir el trabajo y la actividad.
El Estado nada hace por liberarse del grillete del rentismo extractivista como su única fuente financiera. El capitalismo de Estado ha incursionado en una industrialización sobre la base de “elefantes blancos” de dudosa efectividad, en cambio tenemos una franca política anti empresa privada que, además, desalienta la renovación y creación de nuevos emprendimientos. La carga social es cada vez más pesada y el acoso tributario no da tregua, como tampoco el abrumador contrabando. Si estos factores hacen insostenible a la empresa, su destino es una mala copia de la “empresa social”.
Este maremágnum de omisiones e ineficiencia puede llevarnos a una implosión desastrosa para el país. Una manera de evitarla es un cambio de nuestra mentalidad y la transformación de los hábitos colectivos obstruccionistas, en vías de promover contenidos y formas de una modernidad constructiva y socialmente compartible, capaz de vencer nuestro rezago y el enfermizo politicismo que nos aprisiona. Esa nueva realidad deseable nos señalará un mejor futuro. Lamentablemente el examen de estos 36 años nos demuestra que se ha perdido tiempo y oportunidades.
El autor es jurista y escritor.
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