Existen legados intelectuales extraordinarios por la profundidad de comprensión de su contenido y los resultados satisfactorios que generan en las relaciones humanas. Uno de ellos, muy relevante y poco practicado en la actualidad, es la mayéutica, que consiste en hacer adecuadas preguntas para, con la ayuda de ejemplos inductivos, estimular al interlocutor a pensar por sí mismo, rebasando o superando los límites de la mera autoridad y conducirle a reconocer esencias (de la verdad, virtud de las cosas) eternas, inmutables, sustraídas al capricho humano. Con esa técnica, expresada coloquialmente y sin eufemismos, desempeña el papel de una partera intelectual.
Es autor y alma de la investigación de esta técnica un maravilloso ser humano: Sócrates, con su enseñanza sobre la ironía, entendida como una fase elevada de la inteligencia y como forma de expresión consistente en modificar el valor de las palabras, haciendo entender lo contrario que se dice y con una teleología concisa e inconfundible: actuar y filosofar con la ética y el arte de vivir honestamente.
De esta forma el bien reside en lo verdadero, en lo ético y lo lejano a la corrupción, que es una interpretación actual de la conmovedora técnica de Sócrates, del autor de este artículo.
Esta técnica intelectual con sustrato de genialidad podría ayudar eficazmente a reducir sensiblemente la corrupción y la acumulación escandalosa de expedientes condenados a la retardación de justicia. Desde un principio, cuando el cliente por el problema jurídico que lo agobia, consulta a un profesional abogado, este es el punto de inflexión determinante que no se puede dejar, bajo circunstancia alguna, inadvertido. Es que aplicando la técnica de la mayéutica al cliente que consulta, el abogado después de un circunloquio de mínimo 50 o ideal 100 preguntas o más, aplicando estrictamente el método de Sócrates y posteriormente estudiando la totalidad de las respuestas del posible cliente por varias horas, podrá determinar con fiabilidad y conciencia moral si ese cliente es inocente o culpable.
La técnica radica en no responder, asentir o negar las respuestas del posible cliente, grabarlas para luego escucharlas varias veces y con el conocimiento jurídico del abogado obtener conclusiones, es un trabajo intelectivo de muchas horas y arduo. Entonces, ¿para qué se estudió abogacía?
En este estado ¿qué debe hacer un abogado honesto?, si ha comprobado que es culpable, no debe prometerle un juicio que lo liberara, pues sabe en su interior que será condenado y peor, si lo acepta como cliente por los honorarios, esta acción es la expresión genuina e irrefutable de corrupción y deslealtad al cliente. Por lo contrario, si este abogado es consecuente a su conciencia moral, solo prometerá al cliente introducir su sano criterio y conocimientos jurídicos para aminorar su pena; por ese trabajo es ético cobrar honorarios.
De esta precisa e importantísima fase decanta la decisión ética del profesional para aceptar el caso si es inocente, introduciendo su máximo conocimiento jurídico, diligencia, empatía y compenetración al tema, sin garantizar algún resultado, o si es culpable, asistirle jurídicamente para aminorar su pena o sanción, al haberle arrancado por esta técnica una confesión voluntaria que en la justicia asume ponderación por los jueces.
El lector se preguntara sobre la forma que esta técnica coadyuva a la reducción de la corrupción y la retardación de justicia: la respuesta con certeza reposa en la decisión moral del abogado jurista que, después de aplicar la mayéutica, obtiene dos verdades: la inocencia o la culpabilidad. Entonces, jamás debería convencer al cliente a iniciar un proceso legal costoso, extenso y sin pronóstico de tiempo, además sin futuro para el cliente, pues a sabiendas que es culpable, lo conduce a ese calvario por la codicia de sus honorarios.
Repetimos, la ética y la moral del profesional le indica, antes de iniciar ese escabroso sendero del proceso judicial a abstenerse del mismo y renunciar a honorarios ilícitos, acción elevada del espíritu honesto que le reportará a su vida profesional una intachable imagen, el sello indeleble de su conducta ética y muchos y frecuentes clientes, pues éstos son muy inteligentes y la transmisión verbal de su experiencia con tal o cual jurista es imparable.
El autor es abogado.
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