I
Arturo D. Villanueva Imaña
NEFASTO LEGADO
Alentada por una doble sensación de entusiasmo (por el surgimiento de una candidatura que llena un vacío de desesperanza largamente sufrido), y de regocijo anticipado (originado en la percepción de que por fin se siente que el gobierno de Evo Morales está de salida, aunque no por eso quiera decir que ello se producirá inevitablemente); una parte de la ciudadanía que vive principalmente en las capitales de departamento, no ha tardado en expresar y traducir dicha euforia, como optimismo y esperanza frente al futuro y especialmente de cara a las elecciones de 2019.
No es para menos; sucede que luego de una larga movilización y resistencia frente al prorroguismo oficialista, por fin parecen destrabarse algunas incógnitas y surgen señales de esperanza.
Sin embargo, el problema radica en la forma cómo se han presentado los problemas y la coyuntura. El largo proceso que se inicia con la decisión soberana del 21F del 2016, se ha concentrado en la lucha por recuperar la democracia, las libertades básicas, los derechos conculcados, y lograr el respeto a la Constitución y el mandato soberano que ganó mayoritariamente. Esa ha constituido (y todavía persiste) como la agenda principal de reivindicación de la mayoría nacional. Es más, en ese camino de resistencia emprendido, se ha podido evidenciar al menos tres hechos novedosos y de gran significación. El surgimiento de un nuevo actor político protagonista representado por las plataformas y colectivos ciudadanos que se conformaron en todo el país; una movilización masiva, independiente y autoconvocada que logró paralizar las ciudades en varias ocasiones; y finalmente un claro y explícito rechazo al MAS y los partidos tradicionales de derecha (y sus líderes), cuya consigna y repudio logró prevalecer, muy a pesar de la enorme presión, los grandes esfuerzos y los diversos recursos desplegados.
Ahora bien, un asunto nodal que ha quedado oculto y difuso en todo este proceso, es el nefasto como gravoso legado que dejará el MAS y su gobierno a su salida. Al margen de tareas incumplidas y traicionadas, como la despatriarcalización, los derechos de los pueblos indígenas, de la naturaleza y la vida, o la descolonización (solo para mencionar entre las más importantes); se trata de su modelo desarrollista y salvajemente extractivista, que está destruyendo (literalmente) y enajenando al país y sus recursos naturales en manos de intereses corporativos transnacionales. Ello ha provocado la profundización de la deuda histórica social, ecológica, natural y de vida, que en verdad constituyen las tareas principales y de fondo que un próximo gobierno deberá abordar irremediablemente. Se trata, a no dudar, de los problemas de fondo del país, pero que a su turno deberían ser entendidos como los componentes de las tareas que hacen a su futuro, a su destino y a la oportunidad de construir un proyecto nacional-popular.
Por eso resultaría un autoengaño colectivo, o una oferta totalmente insuficiente, limitarse a reivindicar y cumplir únicamente la agenda del 21F. Es decir, recuperar la democracia, las libertades ciudadanas y los derechos conculcados, el respeto a la Constitución y el mandato soberano, como si fueran los únicos o más importantes desafíos a futuro. En realidad solo son la expresión de cómo se ha manifestado el agotamiento y decadencia del actual régimen.
Si no se entiende, se hace a un lado, o no se quiere asumir aquel nefasto legado que hace al futuro y el destino de la nación (y aún más, podría eventualmente traducirse y reinventarse como un verdadero proyecto de esperanza y convicción nacional-popular); entonces es claro que todos deberemos estar conscientes que los mismos se traducirán en nuevos conflictos, confrontación y sufrimiento para el país a futuro. Una agenda de este tipo, no puede, ni debería ser dejada de lado por desconocimiento, cálculo político, o inclusive temor, porque con seguridad se expresará más temprano que tarde. Los problemas de fondo no se los cura con aspirinas.
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