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[David Foronda]

“Somos kollawayas”: Toribio Tapia


Desde hace dos décadas o más, el Dr. Toribio Tapia Valencia, en su calidad de investigador, médico tradicional-naturista, viene divulgando que “en realidad somos “kollawayas” quienes realizamos las curaciones casi milagrosas con base en las plantas medicinales, y no “kallawayas”, ya que estas tierras del altiplano boliviano siempre han sido identificadas desde los lejanos tiempos como sitios de “kolliris”, vale decir de gente que cura las enfermedades, recurriendo a esa farmacopea. Y hay más todavía, puesto que nuestras regiones ancestralmente son conocidas por su nombre de “Kollasuyo”, añade.

No deja de tener razón, por cuanto así lo dio a conocer ya al orbe un científico extranjero que pasó muchos años de su vida en la provincia Bautista Saavedra, del departamento paceño, recopilando enormes cantidades de datos científicos sobre las plantas, yerbas, y toda especie vegetal de estas latitudes, a más de amuletos, referencias, y otras rarezas, aunque nunca logró saber y establecer casi nada sobre los “kallawayas”, según dice en su libro “Kallawaya curanderos itinerantes de Los Andes. Investigación sobre prácticas medicinales y mágicas”, publicado en 1987 por Anna Girault -esposa de este científico- la misma que puntualizó: “al finalizar el trabajo del libro, debo insistir previamente sobre el carácter inconcluso del mismo, puesto que su autor no tuvo la oportunidad de terminar el análisis según su rigor científico”.

Louis Girault, de nacionalidad francesa, etnógrafo-arqueólogo, que acumuló en sus investigaciones desde el año 1956 un sinfín de datos al respecto, merced a la convivencia con los nativos de esos sitios en situaciones arduas y azarosas, falleció de un ataque cardiaco el 25 de julio de 1975. Un año antes, septiembre 12, en una mesa redonda sobre expresiones de la cultura boliviana, expuso los resultados de sus indagaciones (íntegramente transcrito en la obra), de la que rescatamos estos párrafos: “Comenzaré insistiendo en un fenómeno importante y significativo en lo que concierne al campo histórico. Más allá del siglo pasado (se refiere al XIX, pues el libro fue publicado en 1987) no se encuentra datos bibliográficos o por lo menos reseñas claras consignadas por escrito sobre el grupo Kallawaya y sus particularidades. A tal punto que no existe un solo testimonio de la época colonial y que durante el siglo y medio que siguió a la conquista española, no se conoce ningún cronista español o indígena que hubiese hablado de alguna manera de este grupo tan especializado. A pesar de las obras bien documentadas que hablaban de la religión, supersticiones en general y de la medicina indígena, incluso los padres Arriaga, Murua, La Calancha, Oliva y Cobo (entre tantos), no nos dan ni la menor información sobre los Kallawaya o de algún grupo similar”.

No obstante, también exalta: “la reputación de ellos no deja de ser importante”, a tiempo de hacer otras consideraciones, entre las cuales cita que “el viaje más largo que fue efectuado por ellos tuvo por destino la República de Panamá, en la época de la construcción del canal, llegando siete nativos del pueblo de Khanlaya, luego de haber atravesado el Perú, el Ecuador, bordeando las costas colombianas a bordo de un navío a vapor, para al fin llegar a Panamá”. A la vez Girault dijo que ni los estudios arqueológicos habían dado aún -hasta 1974- ningún resultado definitivo y demostrar así la gran antigüedad de los Kallawaya, como colectividad cultural. Por supuesto que no se trata de ninguna manera de minimizar todo lo relativo al grupo “kallawaya”, sino por el contrario de estimular la importancia que hasta hoy mantienen.

Sin embargo, cuánto de significativo tendría que las autoridades nacionales puedan estimular, alentar, la prosecución de esas investigaciones bajo la lupa de Toribio Tapia Valencia, y las de otros connotados investigadores, para que esta medicina ancestral que ha sanado a infinidad de personas pueda constituirse en un ícono boliviano en el mundo. Sólo de ese modo se podrá profundizar y reivindicar lo “kollawaya”, o sea lo nuestro que, se dice, viene desde tiempos inmemoriales como un legado para la misma humanidad.

 
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