La nefasta ola del populismo que, cual tsunami apocalíptico, cayó sobre varias naciones de América Latina ha sufrido una nueva derrota, esta vez en Brasil, después de que corrió la misma suerte y en forma contundente en otras naciones como Argentina y Ecuador, donde también intentaba clavar sus garras rampantes y poner en práctica sus siniestros objetivos antihistóricos y antipopulares. Al mismo tiempo, significa una victoria de la democracia que con mucho sacrificio tratan de conquistar las naciones del continente.
Ese acontecimiento histórico para la región se produjo por vía electoral y significa una escalada más del movimiento político continental en pos de recuperar y hacer avanzar el proceso democrático postergado, durante casi dos décadas, por caudillos populistas que ofrecían demagogias socialistas, aunque solo para retroceder a tiempos primitivos, donde impere el hambre, la miseria popular, migración masiva de ciudadanos en busca de libertad y la forma de satisfacer las más elementales condiciones de vida.
Ese populismo absurdo impuso su sistema, con la idea de que había que establecer el fracasado socialismo sobre los saldos descompuestos de las comunidades primitivas, sin pasar previamente por la etapa capitalista. Así mismo confiaba en la utopía comunista, sin tener en cuenta que ese sistema fracasó en todo el mundo. Pese a ese fiasco inobjetable, el aventurerismo político de algunos demagogos volvió a hacer el intento con actitud alienante que, naturalmente, terminó en fracaso absoluto.
El populismo visto en cualquier sentido, pero en especial el económico, está destinado al hundimiento inexorable porque va contra la historia y en todas partes donde se intentó aplicarlo terminó en un inmenso cero. Los hechos lo demostraron en forma palpable, pero también ese colapso estaba previsto en forma teórica, es decir no tenía la menor posibilidad de imponerse. La derrota del populismo en Brasil debe, sin embargo, no limitarse a poner a salvo lo bueno que se haya podido hacer, sino que, en forma decidida, no se debe mirar al pasado en forma exclusiva, sino mirar al futuro, de tal manera de remontar el movimiento progresista no solo brasileño sino también continental. Una restauración de viejos sistemas lo único que podría provocar es el renacimiento de esa corriente nefasta que acaba de perder el poder en una de las naciones más grandes del planeta y la más importante de Sudamérica.
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