José Carlos García Fajardo
A veces, es mejor comenzar por desaprender lo inútil que estorba a nuestra formación y a nuestro adecuado crecimiento. Una vez más, no es cuanto más mejor, sino cuanto mejor, más.
La experiencia más común a los auténticos maestros y a no pocos profesores es que con la mayoría de los alumnos que llegan, es enseñarles a desaprender lo inútilmente aprendido.
Esta era una de las claves del éxito y de la gran calidad de la Institución Libre de Enseñanza. Lo cuenta muy bien Giner de los Ríos, maestro de la enseñanza en su más radical acepción.
Y qué poco se habla de él y de sus métodos y sabiduría. Sería uno de los temas por los que yo comenzaría toda enseñanza y que figuraría como referencia en la inaplazable asignatura de Educación para la ciudadanía, de la que tantas veces hemos tratado y que tanto urge desde la enseñanza primaria a la universidad, adaptándola a cada edad, grado y circunstancia.
Después de haber ejercido la docencia universitaria durante más de 35 años y como Emérito durante otros diez en Seminarios y Talleres de periodismo y de otras materias cada vez me afirmo más en que no es cuanto más, mejor sino cuanto mejor, más.
Y en este, como en tantos otros casos, conviene vaciar, expulsar herrumbes y regurgitar enseñanzas inútiles para abrir espacios a la auténtica sabiduría. La que tiene tanto que ver con los trascendentales. Verdad, Justicia, Bondad o Compasión y Belleza.
Por eso, esta mañana me vino a la mente este “cuento” oriental con lo que le sucedió a un noble médico lleno de conocimientos y de no pocos saberes.
Un día llegó al monasterio un médico desde Pekín para que el Maestro lo aceptara como discípulo. El Abad lo acompañó hasta la cancela que conduje a las chozas y Sergei lo recibió, le sirvió un té especiado, y fue a informar al anciano.
- Honorable señor -dijo al doctor-, el Maestro me ha dado una lista de preguntas para que tengas la amabilidad de responderlas por escrito, de acuerdo con vuestros conocimientos.
El joven médico las contestó con gran esmero y facilidad, y las entregó al asistente que regresó al cabo de una hora con la respuesta:
- Ilustre señor, dice el Maestro que has demostrado gran conocimiento y erudición. Por ese motivo, te aceptará dentro de un año.
Un poco decepcionado, aunque halagado, respondió a Sergei:
- Pues si he respondido correctamente a todas las preguntas y me dice que regrese dentro de un año, ¿qué habría sucedido si no las hubiera sabido?
- Te habría aceptado al momento -le respondió con dulzura Sergei-, el mensaje parece decir que necesitas, al menos, un año para desaprender los conocimientos inútiles.
- ¿Desaprender?
- Como cuando emprendemos un viaje con la maleta llena de cosas imprescindiblemente inútiles.
- Sí -respondió con humildad el médico-, lo imprescindible pesa mucho.
- Pero, honorable príncipe, refréscate un poco mientras te preparo algo de comer para el camino.
- Gracias, noble joven, pero he traído pertrechos en mi coche. Regresaré el año próximo -le respondió con una amplia sonrisa y un brillo especial en los ojos.
- El Cielo te guíe, señor -le dijo Sergei mientras se inclinaba con pena en su corazón.
El autor es Profesor Emérito de U.C.M.
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