La espada en la palabra
Bolivia, a partir de hoy y hasta el siguiente octubre, vivirá uno de los años más agitados de su vida republicana contemporánea. Será un año eminentemente electoral. Y no nos queda otra opción que la de encarar el tiempo con ideas y energía.
Sobre el horizonte social y político se dibuja un espectro de fea apariencia, pero de preciso contorno: el desvanecimiento de la voluntad del 21F en un fárrago de amañamientos y perjurios. Realidad dura pero cierta. Y es que el Movimiento Al Socialismo (MAS) ha ganado una batalla importante: ha logrado desconocer el voto del ciudadano, prematurizando el ambiente electoral y, lo que acaso es su mayor triunfo, dando casi por sentado que Morales irá de candidato a la presidencia del Estado. En consecuencia, ya se están viendo pasar por las calles, con una anticipación ridícula y estúpida, caravanas y multitudes con banderas que apoyan a tal o cual candidato.
Con la nueva ley de organizaciones políticas, el MAS buscaba el testeo de quien o quienes se le podían oponer. Se hizo creer que se buscaba llevar la democracia a niveles más profundos y pequeños, como si la profundización de la misma fuera cuestión del mero cambio de la normativa y no de la trasformación de la cultura y educación nacionales.
En este contexto, el panorama que se dibuja es desalentador, porque si bien hay un bloque opositor que se está conformando y buscando la cohesión, hay por otro lado un partido oficialista que tiene un largo año para rearmarse, recrear su discurso y reorganizar a unos acólitos y militantes que, aunque sea la fuerza, los tiene inscritos en sus libros y recibiendo un sueldo seguro. Y en ese año, no quepa duda, se entregaran más bonos que nunca, canchas, teatros, librerías, cantinas, satélites en el espacio, edenes en el mismo infierno, carreteras en los más duros pedregales y hospitales hechos de cartón. La lucha por el proselitismo no escatimará esfuerzos.
En ese largo año, que ya ha comenzado, los opositores pueden mermar fuerzas y agotar recursos, pueden perder fuerza social y espiritual (¡las fluctuaciones y pulsiones políticas son tan volubles!). ¿No era éste otro de los fines de la gran estratagema? O pueden —ojalá sea así— hacer acopio de fuerzas y unirse en un solo frente, ganar cada vez mayor terreno. No se sabe, hay incertidumbre; ¡eso es lo que buscaba el gobierno: sembrar zozobra e irresolución! Y lo ha conseguido. El oficialismo, por otra parte, y con la ayuda de los dineros públicos y del poder mismo, desplegará la fuerza avasallante de un aparato propagandístico y comunicacional monstruosamente grande, propio de los partidos de presencia nacional, como es el caso del MAS.
Hay algo acerca de lo que debemos quedar prevenidos. Una vez ya Morales y sus opositores estén en la papeleta electoral de octubre de 2019, el 21F será cosa del olvido, en caso de salir Morales vencedor, y esto por una razón simple: al aceptar la votación y al haber ido a las urnas, se habrá aceptado tácitamente, aunque a regañadientes, la infame postulación de Evo. Así que si vamos a las elecciones con Morales como candidato (ya que el no ir a ellas tampoco sería lo mejor, porque se daría lo mismo que se dio en Venezuela), estemos también conscientes de que el 21F, como un instrumento práctico en el actual escenario, quedará para el olvido. Con todo, el 21 de febrero de 2016 queda como el símbolo de un pueblo que puede pertenecer solo a un país, Bolivia, definido por su Libertador como “un amor desenfrenado por la libertad”.
Será un año más que intenso. Será desgastador para todos los que estamos comprometidos con esta cosa -hermosa e ingrata a la vez- que se llama política. Estos doce meses que se nos vienen deben ser trabajados, pensados y encarados con la mayor serenidad y energía. Estad atentos.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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