Quienes tenemos la honra de haber nacido, crecido y envejecido, en la ciudad de La Paz, sabemos de sus venturas y desventuras, de sus avances y retrocesos, de sus sueños y realidades.
Estamos inmersos en su ajetreada historia de sede de gobierno. Para bien o para mal, somos parte de su cotidiano vivir.
Hemos celebrado sus glorias y hemos llorado sus frustraciones. Hemos aplaudido su contribución al desarrollo nacional y hemos censurado el olvido al que fue sometida por intereses mezquinos.
Sabemos que en tiempos heroicos se la denominaba: “La Paz, cuna de libertad, tumba de tiranos”. Los paceños, en un haz de unidad, hacían honor a esa frase, derramando sangre u ofrendado la vida, en la histórica búsqueda de la libertad. Hasta que los tiranos huían por tierra y aire. De esa manera se recuperaba la libertad tan anhelada hoy como ayer.
“La Paz de Ayacucho”, se dirá de ella durante el gobierno de Antonio José de Sucre. El denominativo surgió, mediante decreto expedido el tres de enero de 1827, como homenaje a la batalla de Ayacucho, que selló, en definitiva, la independencia del Alto Perú, hoy Bolivia. He ahí una nota preeminente que enorgullece a los paceños y paceñas de todos los tiempos.
Es necesario rememorar, asimismo, que, en fecha 20 de mayo de 1794, el Rey de España, determinó galardonarla con el título de La Paz “Noble, Valerosa y Fiel”.
La actitud asumida por la corona española significó respeto, admiración y cariño, por la ciudad de La Paz, que se alza hoy, moderna y pujante, al pie del coloso Illimani.
La Paz: magnánima, valiente, que vale mucho e incorruptible, quizá quiso decir, en palabras más expresivas, el Rey. Términos que realzaron a la ínclita tierra de Murillo.
El pueblo paceño, pese a ello, había jurado, el uno de agosto de 1823, independizarse de España o de cualquiera otra nación extranjera. Estuvo agobiado por el sometimiento externo y por lo tanto no escatimaría esfuerzo alguno por lograr la liberación nacional. Lo hizo imbuido de un profundo sentimiento nacionalista. Lo hizo fecundando los surcos de la liberación con su sangre y sus muertos.
Hoy ostenta el rótulo de “Ciudad Maravilla” y con justa razón. Y no sabemos de donde proviene ese vocablo de “maravillosa”, que desvirtúa, en absoluto, el título que le fuera conferida a La Paz, por instancias internacionales.
En suma: la ciudad de La Paz merece la consideración de propios y extraños.
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