Sucede en casi todas las ocupaciones humanas que, por estar ahí, las mujeres y hombres suelen adoptarlas mecánicamente y hasta entregar su vida a ellas, sin que jamás se tome contacto verdadero con su radical realidad. Por lo contrario, el filósofo auténtico, que filosofa por íntima necesidad, no parte desde una filosofía ya hecha, sino que se encuentra, desde luego, elaborando la suya y se retira a la terrible soledad de su propio filosofar.
Cuando un docente enseña una materia en la universidad, cualquiera que sea, para producir la extensión de la misma, debe filosofar, para encontrar la realidad en la profundidad, donde descubrirá nuevos elementos de comprensión y análisis, que generarán una evolución constante de los conocimientos de la materia, enriqueciendo constantemente los programas preestablecidos, evitando que enseñen mecánicamente; produciendo el desasosiego y hasta el abandono del estudiante y el estatismo y rutina académicos en el catedrático.
Un tema verdaderamente preocupante es la relación catedrático-estudiante, que ineluctablemente debe ser inmaculado en cuanto no se sobrepujen las normas de respeto mutuo, peor aún, si se incursiona en el peligrosísimo ámbito de la corrupción, en el cual, ante mal rendimiento, por las denuncias conocidas por medios de información, el estudiante ofrece compensaciones al maestro, o éste, aprovechando la situación de aplazo del estudiante, le hace la propuesta salvadora por dinero. Sin embargo, aunque la acción parecería una solución, es aparente, debido a que acarrea irremisibles consecuencias: desestructura moralmente a ambos de por vida, por pérdida irrecuperable de la honestidad y el prestigio académico del facilitador y el ingreso evidente del estudiante al mundo de la corrupción; además del juicio de la sociedad, que no es poco, ¿Se podrá confiar en un futuro profesional con estos antecedentes?, por supuesto que la respuesta es categóricamente negativa.
Por ello es preciso combinar el aprendizaje, la absorción de la filosofía y la práctica de las virtudes como la ética, la moral y la apreciada honestidad. Con los precitados condicionantes, inmutables en la relación bilateral catedrático-estudiante, la materia discurrirá fluida y motivante, con el esfuerzo de conocer su origen para poder transformarla en respuesta concisa a las exigencias de competitividad y brindar al estudiante los conocimientos que lo conduzcan a una estrategia, a un método y a un instrumento que lo habilitan a saber pensar, a saber hacer con dominio y a disponer de instrumentos que encierren competencias con sus objetivos y finalidades. Significando que una competencia en su estructura como acción gestiona los procesos de investigación en un determinado área del ejercicio profesional, con el fin de producir nuevos conocimientos, obteniendo la condición de calidad académica, que es un valor intrínseco generado por el profesor. Si este es su ejercicio cotidiano e indeclinable, sería ocioso afirmar que se trata de un excelente profesional, formado por un excelente docente-filósofo.
Por ello es que la impartición de una o varias materias en una universidad, requiere una revisión constante, no solamente de las mismas, sino de la base moral del catedrático; así podrá respetar e introducir sus mejores habilidades y destrezas académicas para comprender que trata con seres humanos en formación, para los cuales cada clase y contacto debe ser un ejemplo de sapiencia académica y conducta moral intachable.
El docente que observa el programa analítico de la materia siempre en constante evolución, lo que en la filosofía es constitutivamente un error, empero, siendo un error es todo lo que tiene que ser, porque es el modo de pensar auténtico de cada época y de cada docente filósofo. Entonces, enseñando, se constata por convencimiento interno que el pasado de una materia es una historia y válida, pero con errores. Y esa incontrovertible realidad es la que el docente debe transformar con el movimiento del pensar, porque esos errores necesarios son los sobrepujan el intelecto del docente o del filósofo para actualizar, lo cual lleva al progreso y beneficia de por vida al estudiante.
Quien enseña debe comprender que esta proclividad al saber debe plasmarse en la aplicación constante del filosofar, sobre la materia que enseña, enfrentando su radical realidad. Es el proceso que patentiza la calidad de apostolado sin entresijos a la sagrada función de enseñar con autoridad, pero con respeto y amor a quienes serán el futuro de una nación, acción de entendimiento que recibe el nombre de inexpugnable fe en lo que se hace.
El autor es abogado, posgrados en Interculturalidad y Educación Superior, Docencia en Educación Superior, Alta Gerencia para abogados.
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