La espada en la palabra
Eran las 11 de la mañana del día 11 del mes 11 de 1918. En todos los frentes occidentales se oía el más atronador martilleo de obuses, cañones y fusiles. Las mujeres respiraban en paz después de muchos años y los soldados, apelotonados en sus trincheras marciales, cantaban y se enjugaban el sudor de las frentes y las lágrimas de los ojos. El conflicto, hasta ese momento quizá el más sangriento de la historia, había llegado a su fin.
Hoy, a cien años de la Gran Guerra, todo el mundo, entre gente de a pie y hombres de Estado, vuelca su mirada hacia ese recuerdo que, si bien ingrato, puso orden al mapa de Europa, dio de cierta manera sentido a la economía del mundo entero y, lo más importante, dejó una enseñanza para tomar en cuenta siempre.
La guerra estimuló la industria y la manufactura como pocas veces éstas se han visto estimuladas. En realidad, las guerras son siempre vivificantes de las industrias, los emprendimientos, las factorías y las inversiones. Esta conflagración introdujo la aviación, el lanzallamas y las armas químicas. La industria de la hojalata y el caucho se levantó y se dinamizaron las inversiones en casi todo el planeta. ¿Pero a qué costo? ¿Pueden justificarse de alguna manera las millones y millones de vidas perdidas en una zanja? Si analizamos la historia como un devenir y no como una casualidad, y por tanto concluimos que el conflicto fue –aunque decir esto parezca un despropósito- solamente una de las expresiones del progreso humano, notaremos que la historia siempre cobra un altísimo costo humano al mundo por los progresos que le otorga. Lo sabemos por la construcción de esos edificios desmesurados llamados Pirámides de Egipto, lo sabemos por la Muralla China, lo sabemos por la revolución industrial y por la Revolución Francesa y, en general, por cualquier revolución. La ofrenda que se da al espíritu de la historia, como un sacrificio al cielo, es la vida de los hombres.
El mundo de comienzos del 900 era un mundo de revoluciones. El arte cambiaba y la ciencia también. Freud inauguraba el psicoanálisis y Stravinski una nueva forma de hacer música. Einstein socavaba los pilares de la física mecánica de Newton y Planck vislumbraba el cuanto de luz. Sin embargo, a la par que sucedían todos esos cambios del pensamiento, científicos y artistas tomaban consciencia de que a veces, en ciertos momentos de la historia, hay cosas más importantes que el arte y la ciencia: el nacionalismo, el fanatismo religioso, la furia patriótica. Para un hombre como Einstein una guerra como ésa era muy estúpida, pero la verdad no lo era tanto, porque ¿podía haberse el mapa europeo puesto en orden y las fronteras delimitado sin un conflicto bélico de esas proporciones, mas solamente con una convención de diplomáticos?
Hoy el mundo está más modernizado y desarrollado pero no más prudente ni más sereno. Mala combinación. Con más tecnología y la misma barbarie de antaño, pueden ocasionarse los más terribles atropellos. Hace poco se reunieron los mandatarios de Francia, Estados Unidos, Rusia y Alemania, entre otros. Más de 70 jefes de Estado caminaron en los Campos Elíseos con dirección al Arco del Triunfo, dando imagen de unidad. Pero en un mundo en el que el organismo internacional de mejor efectividad de integración, la Unión Europea, amenaza desintegrarse o cuando menos debilitarse, ¿puede esperarse efectividad de aquel acto en que los mandatarios se estrecharon las manos? Europa se está dividiendo en bloques ideológicos; algo similar comienza a ocurrir en América; Rusia y Francia acaban de entrar en desacuerdos con los Estados Unidos por el tratado de no proliferación nuclear y la defensa europea de la OTAN, respectivamente.
Parecía que el progresismo había llegado para no irse. Pero los hechos muestran que el multilateralismo y la cooperación han llegado a hartar a muchas de las naciones. Es deber de los gobernantes mantener el relativo orden existente y darse cuenta de que las euforias pueden desencadenar otro conflicto y de que pueden resurgir nuevamente, debido al nacionalismo del Siglo XXI, las siniestras corrientes de la historia que causaron los mayores conflictos fratricidas.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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