La disponibilidad, prácticamente a discreción, de dinero por parte del gobierno, ha determinado que se adquiera aviones y helicópteros -algunos de lujo- para uso tanto del Primer Mandatario como del Vicepresidente, un uso innecesario hasta para tramos cortos y que, por su permanente paso por la ciudad de La Paz causa molestias a la población, especialmente en determinadas zonas, ya que “se siente como si se las estuviese vigilando”.
Razones de seguridad y prudencia aconsejan que el uso casi continuo y en diferentes horarios de los helicópteros disponibles, es considerado “peligroso, innecesario y atentatorio” para la población y, mucho más, es contrario a normas mínimas de seguridad que, está visto, cuidan por la tranquilidad del Presidente; pero, en realidad, no hay razones que justifiquen semejante gasto, de mucho dinero del país, especialmente cuando se cuenta con automóviles blindados y de lujo para traslados entre uno u otro sitio en la misma ciudad y hasta para viajes a provincias o pueblos cercanos.
Estas conductas ostentosas no hacen otra cosa que provocar reacciones contrarias en la población, porque se muestra excesivos gastos de mantenimiento y, sobre todo, “resulta publicidad y propaganda por razones electorales”, según el sentir de la colectividad, especialmente cuando se vive tiempos de crisis en que se utiliza hasta las reservas internacionales para cubrir gastos onerosos, nada necesarios y menos urgentes. La crisis financiera en que se vive debería obligar a las autoridades de gobierno a tener austeridad y prudencia en los gastos, evitando lo superfluo, especialmente con el uso de aviones y helicópteros que ni los países ricos y desarrollados se permiten, salvo -en este tiempo- el caso del presidente de EEUU que “dispone de una guardia de seguridad compuesta por mil personas”, como ha ocurrido con motivo de la reunión de los 20, realizada en días pasados; pero en ningún caso estamos como alguno de esos países que sí cuentan con mucho dinero, pero también obran con prudencia en su manejo.
El disponer discrecionalmente de bienes del Estado -caso de aviones y helicópteros- no le hace bien al Estado y menos al gobierno; por el contario, actuar con mesura y tino en el uso de medios sería la mejor muestra de responsabilidad a que están obligadas las autoridades.
La prudencia y los sanos criterios muestran que, si efectivamente hay dinero, se lo debe utilizar para siquiera mejorar las instalaciones de algunos hospitales, atender el caso de oncológicos que especialmente se requiere para tratamiento de cáncer en niños y, finalmente, siquiera para poner vidrios en ventanas de escuelas y colegios; lógicamente, si se trata de disponer, en bien del pueblo, de dineros del presupuesto, hacerlo en obras que se requiere con urgencia.
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