La espada en la palabra
En el espectáculo político boliviano se ha presentado un fenómeno que, por su singularidad, bien podría ser materia de tratado de los estudiosos de la política y la sociología más competentes, como Norberto Bobbio, Karl Popper y Hannah Adendt. Este fenómeno es la irrupción de las plataformas y colectivos ciudadanos en la arena de la política activa. Y a la par que el fenómeno, se está presentando de igual forma un reto. Este reto es el éxito o la efectividad que la acción de esas plataformas y colectivos pueda tener en su incursión en la política formal de un país. El fenómeno y el reto van de la mano. Son momentos de cambio, sin duda alguna. Pero ese vanguardismo de formas de influencia y práctica políticas aún no ha pasado por su prueba de fuego.
En el dinámico escenario de la política boliviana, latinoamericana e incluso global, se puede distinguir dos actores estáticos que, en general, han dominado efectivamente los círculos de poder y de decisiones: los partidos y las corporaciones (en Bolivia y en otros lugares, éstas tienen varios denominativos: sindicatos, consejos, federaciones, etc.). Así, más o menos ejerciendo lo que Zavaleta dice ser un poder dual, se ha operado y ejecutado el poder en la política boliviana.
Siendo el actual proceso político latinoamericano tan insólito como lo fue el de los tiempos de la independencia, nuevos actores han aparecido en escena. En Bolivia han sido bautizados como plataformas. Nacieron debido a las repetidas veces en que el gobierno de turno o vulneró derechos de las personas o desconoció sus deberes. Ergo, nacieron grupos de ambientalistas, animalistas, feministas, comunicadores, etc., y, los más importante acaso, de demócratas. Eso sí, la línea fundamental común era la defensa de los valores ciudadanos y de la Constitución Política del Estado. Con el tiempo, estos grupos se fueron fortaleciendo hasta llegar con varios adeptos cada uno (unos más que otros) al periodo electoral de 2019. No lo buscaron, la historia hizo que así se dieran las cosas. No sería prudente decir si seguirán teniendo vida o si desaparecerán con el paso de los años, pero lo que es una realidad es que esos colectivos ahora forman parte de un pilar esencial de los candidatos y sus respectivos equipos políticos.
En política hay cuadros por un lado y masas por el otro. Algunas plataformas son de cuadros; sus elementos piensan y proponen. Otras son de masas; asisten a las marchas y dan cuerpo a las huelgas y asonadas. Ambos tipos de colectivos son importantes. A ambos les debemos una parte de lo que en todo este tiempo se ha llamado defensa del 21F y de la democracia.
Es muy probable que si el voto del 21F hubiese sido respetado, las plataformas ciudadanas, algunas ya muy vigorosas desde ya hace varios años, hubieran mermado acciones, fuerzas o reclutamiento de elementos humanos, justamente porque su objetivo primigenio era la defensa de la democracia. Es muy probable que para el presente hubieran quedado casi muertas. Y entonces el clásico partidismo y las redes de corporaciones hubieran seguido siendo los principales actores de la contienda electoral. La historia sin embargo no sirve para conjeturar lo que hubiera podido ser o no. Y la realidad es que las plataformas ciudadanas se han convertido en una especie de centinelas; es más, se han vuelto cuerpos pensantes y propositivos de un modelo nuevo de país.
Como líder y organizador de una plataforma alineada a una propuesta de país, puedo decir con autoridad algunas cosas respecto a los desafíos que tenemos como colectivos: la articulación de cuadros, en el marco de una estructura que no es partidista, pero que ha dejado de ser ya meramente ciudadana; el establecimiento de una organización plural y horizontal, pero que al mismo tiempo tenga orden y disciplina; la articulación efectiva con los entes eminentemente electorales y políticos y, finalmente, el engranaje de la cualidad ciudadana con la particularidad y acción del político. Es lo que tenemos que lograr.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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