La creciente actividad política, próxima a la incandescencia, en que se encuentra el país con motivo de las elecciones generales que se efectuarán en octubre del próximo año, permite presagiar, con algún sentido futurista, ciertos acontecimientos generales que se podrían producir.
En primer lugar, está en marcha el proceso electoral de 2019, pese a algunos enormes problemas, como el incomprensible desconocimiento, por parte de la tienda política gobernante, de la voluntad popular expresada en el referéndum popular del 21 de febrero de 2016; el olvido de la Constitución Política del Estado; la imposición de la fórmula oficialista que terciará en el torneo; las presiones externas, etc.
En ese sentido, se tiene ad portas una campaña electoral de extraordinaria intensidad hasta llegar al evento de fines del próximo año, teniendo en cuenta que en el suceso no solo participarán los partidos tradicionales, sino también nuevas corrientes partidarias emergentes, como las plataformas, grupos, colectivos y otros y ni qué decir de las nuevas características de la realidad nacional.
Lo principal en ese proceso electoral serán los resultados de las urnas. Al respecto, se tiene la posibilidad del triunfo de la fórmula oficialista Evo-Alvaro del MAS, que goza de una serie de ventajas económicas y políticas, plancha que sería seguida por el “voto anti-Evo” de Carlos Mesa, quedando otros partidos de menor cuantía en últimos puestos.
Existe, al respecto. una posibilidad no menos previsible de un empate entre los partidos que obtengan mayoría de votos, situación que tendría que dirimirse por medio de un “balotaje” que podría beneficiar a Carlos Mesa, resultado que, se presume, tendría la posibilidad de estar destinado a ser desconocido o frustrado por circunstancias imprevisibles.
Pero, descartada esa posibilidad, ahí no terminaría el proceso electoral. Al contrario, recién estaría empezando. En efecto, por un lado, en caso de renovarse el gobierno de Evo Morales, podrían sobrevenir un estado de crisis de fondo y una convulsión permanente por el impolítico desconocimiento del 21F, así como por causas económicas, reflejo de factores internos y externos que se fueron acumulando, en particular la caída de precios de las materias primas, en especial del gas y del estaño, factores internacionales por la globalización del capitalismo. Así este gobierno tendría mínima gobernabilidad.
De otro lado, en caso de que Carlos Mesa llegase al gobierno, su situación no sería menos optimista, pues enfrentaría gran resistencia de la oposición del partido derrotado en las elecciones que, además, seguiría disponiendo de un aparato orgánico sin deterioro, con los cocaleros, grupos populistas, el capricho restaurador, etc. El nivel de gobernabilidad de Mesa sería mínimo, a no ser que adopte medidas heroicas que, sin embargo, no se vislumbra. En esa forma, este gobierno sería ingobernable y la tragedia se convertiría en una comedia. Viviría con la espada de Damocles sobre la cabeza.
Así en los dos próximos años, el país se encontrará en agitación extrema, sin soluciones a la vista. Pero la nacionalidad tiene la desgracia de no morir y sin duda encontrará la salida de esa crisis permanente, en pos de su sobrevivencia.
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