El día de su muerte, Juan Gonzalo no tenía más de 40 años. Hijo adoptivo de Guillermo Matta Goyenechea, un diplomático de gran prestigio, miembro de una acaudalada familia. Nacido en Copiapó, novel editor de varios periódicos, como toda su familia, concluida la secundaria fue convocado por su padre como personal auxiliar en las misiones diplomáticas chilenas de Buenos Aires y Berlín.
Al regreso, se enroló voluntariamente en el Regimiento Atacama durante la Guerra del Pacífico. Su facilidad de palabra y su dicción lo llevaron rápidamente a ser capitán del ejército, mientras su padre era Intendente de la provincia de Atacama, como asistente del coronel Juan Martínez Bustos y luego como secretario privado del general Manuel Baquedano, al que acompañó brevemente en Lima, durante la ocupación chilena en Perú.
Miembro de la misión de Ángel Custodio Vicuña en Bolivia y enterado de la sedición de Iquique en 1891, se adjuntó rápidamente al connato revolucionario por su devoción a Baquedano para deponer al presidente Balmaceda y, finalmente, consolidarse como agente confidencial del gobierno chileno en tierras bolivianas. Bolivia ayudó logística y militarmente a los amotinados que ingresaron, recibieron auxilio, reconocimientos y pertrechos en su territorio bajo el mandato de Aniceto Arce. Pintarrajeando la óptica desfigurada que Bolivia frecuentó la mayor parte de las veces en su historia diplomática, el canciller Serapio Reyes Ortiz y el presidente electo pensaron que Chile pasaba un mal momento y que Bolivia debería aprovechar la circunstancia para imponer sus deseos e intereses.
Bolivia negociaba con Argentina la cesión del territorio de Salta, Jujuy y Catamarca a cambio de Tarija y Yacuiba. “Somos un país solicitado por dos fuerzas superiores, la diplomacia argentina y chilena; y Bolivia agotará la habilidad para obtener de ambos países las seguridades posibles para su integridad territorial y para su independencia política y económica”. (Mariano Baptista Caserta - 1890 - Ministro de Bolivia en Buenos Aires) y al mismo tiempo con Chile los mismos hitos geográficos.
Santiago consideró siempre esos territorios como parte del botín de guerra y se opuso decididamente a cualquier entendimiento entre Sucre y Buenos Aires.
Con dos luceros negros en los ojos, labios turgentes, María Dolores fue un paisaje que lo llevo al desconcierto. De silueta frondosa, pequeña y de ancestros chicheños, sus pantorrillas eran tan gruesas que los zapateros tenían que hacerle especialmente las botas de la época. Juan Gonzalo la vio por primera vez en los jardines de la hacienda de Gregorio Pacheco, Ñucchu, a la que los parroquianos llamaban todavía Molinos de Cachimayo, cerca de Sucre. Extasiado con su perfil, le pareció observar un perfecto trazo de ferrocarril que tanto admiró en Europa. Dos asombrosas paralelas entre los senos y los glúteos en una simetría que lo dejó deslumbrado. Sin percatarse de su presencia, en paños menores, rodeada de mujeres, de risa franca y voz espesa, Dolores enumeraba sus cuitas del día. Descalza, de melena corta y tostada, ya tenía una hija de 10 años. Juan Gonzalo abrió y cerró los ojos varias veces. Le pareció sobrecogedora. Luego del impacto corrió hacia el pueblo para preguntar de quién se trataba. La dama resultó ser la esposa de don José Cuéllar, un influyente funcionario de Arce, encargado de la logística de los carretones que llevaban mineral de Pulacayo hacia Chile.
A pesar de los impedimentos, Juan Gonzalo se afanó por conocer y tratar a la dama. Matta era un embajador señorial, soltero, de gran porte, enormes pies, bigote afinado, trajeado de punta en blanco, algo enfermizo, poeta y un romántico incurable. La belleza de la dama empequeñecida en sus palmas le hizo perder la cabeza. A ella, dicharachera y sensual, el galanteo la dejó encantada. Habituada a los rigores de la servidumbre matrimonial de la época, pese a su estado civil, el pretendiente la llenó de ilusiones. Joyas y regalos no tardaron en aparecer, Inesperados y discretos viajes a La Paz y la relación se convirtió en el tema favorito de la comadrería de la ciudad.
La dama le suplicaba una postura chilena más favorable hacia Bolivia. Encandilado, el embajador negoció con su gobierno una posición más proclive hacia las aspiraciones bolivianas. Tan deseoso estaba Chile de esos territorios y tan enamorado estuvo Matta de Dolores que luchó para que Chile no los obtuviese, que escribió “Esos territorios resultan onerosos para Chile. La producción agrícola no supera las conveniencias que reportarían estando en manos de Bolivia (La post guerra del Pacífico y la puna de Atacama -Oscar Espinoza Moranga- 1958). Dolores influyó sin duda para que el 30 de abril de 1896 se firmara el protocolo conocido como Matta–Reyes Ortiz, en cuyo contenido se lee que ambas naciones han acordado sentar las bases para los tratados definitivos y que Bolivia cedía a Chile la soberanía sobre la Puna de Atacama (pese a que dos años antes la había otorgado secretamente al gobierno argentino y Gonzalo Matta estaba al tanto) y establecía que si Chile no entregaba Arica a Bolivia, le cedería la caleta Vítor u otra caleta similar.
Las pródigas y encubiertas gestiones del diplomático chileno a favor de Bolivia fueron inagotables. Nuevos acuerdos fueron firmados adicionalmente en ese mismo tenor. El del 9 de diciembre de 1895, entre el mismo y el canciller boliviano Emeterio Cano, en el que las autoridades chilenas prometían a las bolivianas, en el plazo de dos años, la entrega de un puerto en el Pacífico. El segundo fue firmado en Santiago el 30 de abril de 1896, y establecía que en la eventualidad de que Chile no pudiera traspasar a Bolivia el puerto de Arica, le entregaría Vítor u otra caleta análoga en condiciones de servir como puerto para el comercio. Para su pesadumbre, el Congreso boliviano añadió al último tratado su reserva de aceptar o no el puerto que ofreciera Chile y las negociaciones se enfriaron.
Temprano a la tarde, la esperaba silenciosamente en una residencia discretamente arrendada para ese fin. Fascinado con las historias del pueblo Calcha y de los relatos de la niñez de Dolores en idioma Kunza en la iglesia de San Pedro en Atacama, disfrutaba enormemente de su compañía. El embeleso llegó al extremo cuando Matta le solicitó escapar a Chile, con toda su familia y descendencia. La curia, que no tiene patria ni fuero, horrorizada por el “sacrilegio” gestionó su desahucio en varios frentes. Socavando la moral del marido, la de los políticos influyentes de turno en Bolivia, suplicando buenos oficios a las congregaciones peruanas y chilenas e implorando a la providencia su alejamiento.
Finalmente 13 de Agosto de 1896, en plena retreta de la plaza mayor de Sucre, Juan Gonzalo Matta recibió un cumulo de puñaladas de parte de José Cuéllar, consorte de la dama. Se escuchó un par de disparos al aire y los vecinos exclamaron: ¡revolución, revolución! Cuéllar fue aprehendido y llevado a dependencias policiales. El proceso judicial fue lento y engorroso. El asesino alegó “demencia por emoción violenta” y nunca fue condenado. Los juzgados de letras que administraban la causa fueron destruidos por un incendio de proporciones que arrasó los expedientes.
Juan Gonzalo Matta sobrevivió al ataque, agonizó por varios días, tenía tuberculosis y malherido finalmente murió. En su funeral en Santiago fue declarado “mártir de la diplomacia chilena”. María Dolores nunca más lo volvió a ver.
Agotadas las posibilidades de que Bolivia reclame formalmente a Chile las promesas incumplidas, los únicos caminos a seguir son: La revisión constitucional del tratado de 1904 y sus constantes infracciones y la fiscalización de los derechos vulnerados a los pueblos indígenas, especialmente en el asunto del Silala. Tenemos la obligación de trabajar en esa utopía.
Parte de esta crónica es ficción. Escoja usted cuál.
El autor es médico, estudioso en temas históricos y diplomáticos.
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