Israel Camacho Monje
Aunque usted no lo crea, públicamente se anunció la creación de más albergues para mujeres maltratadas, a donde pueden recurrir las víctimas, supuestamente hasta que se les pase a sus maridos o concubinos sus momentos de disgusto, rabia o bronca. Nadie sabe por qué ha sido ese impulso que lo ha llevado a desquitarse violenta y criminalmente contra su compañera, sus hijos e hijas, y/o cualquier persona, sean familiares o vecinos que se encuentren cerca.
Y lo más curioso es que después de los hechos, un victimador, entre lágrimas de cocodrilo por haber perdido a su adorada compañera, con voz temblorosa declaraba: “¡No sé qué le ha podido pasar! Reconozco que tenía sus momentos de locura, pero se le pasaba. Pero se puso histérica… Así que no me quedó más que ver cómo se arrojaba contra el suelo, hasta que poco a poco se le fue pasando su actitud agresiva, y alcancé a escuchar que me dijo: ¡por favor! Perdóname y cuida de nuestros hijos, y se murió”.
Pero la cruda realidad había sido todo lo contrario, y lo más sorprendente de casos similares es que las autoridades, tanto policiales como judiciales, dan más valor a las declaraciones de los victimadores, que a las de sido testigos oculares, y que de alguna forma han logrado salvarse, es decir de sus hijos e hijastros.
Por lo anterior, el ciudadano común considera que legalmente quienes tienen que abandonar los hogares familiares no deben ser las mujeres maltratadas o “golpeadas hasta casi producirles la muerte”, sino sus asesinos, quiénes directamente deberían ser trasladados hasta los recintos policiales. Y no así como en el presente, cuando se los trata con guante blanco y todavía se les da arresto domiciliario, al extremo de que todavía salen libres, para seguir cometiendo sus crímenes. ¿Qué lástima, verdad?
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