No solamente dentro de nuestras fronteras sino en otros países, se ha observado que hablar, escribir u opinar, en torno a la libertad, fue una tarea apasionante.
Es que la opinión pública estuvo pendiente, hoy como ayer, de todo cuanto sucedía con ella, en un mundo convulsionado, por ideales diversos.
En ese marco, muchos se han pronunciado con énfasis, ante los organismos internacionales multilaterales, en resguardo de la vigencia de la libertad y de su refortalecimiento, las veces que el caso requería.
Eminentes pensadores, estadistas, juristas y cientistas subrayaron la cualidad de vivir libres, que ha redundado, en todos los tiempos, en la profundización de la convivencia civilizada, en estricta sujeción a las disposiciones legales.
“La libertad es la facultad de desenvolverse sin más limitación que el respeto al derecho ajeno. La ley que regla el ejercicio de la libertad es la que los publicistas llaman el régimen del derecho”, ha escrito, hace aproximadamente un siglo, José Carrasco, del Instituto de Abogados de Río de Janeiro (1).
“Los límites de la libertad individual son impuestos en beneficio de la colectividad. La paz interna requiere elementos que la hagan efectiva y real; la tranquilidad de las familias impone la necesidad de prevenir las infracciones del derecho y de allí nace el poder policial”, agrega.
La libertad, pese a todo lo anotado, siempre ha sido objeto de escarnio, por quienes asumían actitudes omnipotentes. Por intereses políticos, de diferentes tintes e ideologías, se intentó supeditarla a oscuros designios. Y a sus interlocutores válidos los consideraban “locos” o “desubicados”. Éstos fueron silenciados, de manera sistemática, ante el estupor de una ciudadanía inerme, por el solo hecho de haber defendido la libertad.
En dictadura, tanto de derecha como de izquierda, se tuvo que bregar, cuesta arriba, por recuperar la libertad, que languidecía en poder de fuerzas tenebrosas. Con la libertad vulnerada, todo proyecto político se vino abajo. Los sueños se disiparon, desgraciadamente.
En democracia el dilema fue preservarla ante los peligros que resurgían, de manera premeditada y alevosa, a fin de amedrentarla, de restringirla y reducirla. Obviamente que la libertad no estuvo exenta de amenazas ni de agresiones que ocurrieron, en muchos casos, cobardemente. Por medio estuvieron aquellos picaros que pretendían condicionarla a sus oscuros afanes políticos.
Solamente Dios nos ha dado la facultad para pensar y actuar libremente. Ningún mortal, caudillo o partido político puede atribuirse ese hecho. Éstos, como bien sabemos, contribuyeron, de una u otra forma, a conculcarla.
En suma: es hora para que definamos si estamos a favor de la libertad o estamos contra ella.
(1).- José Carrasco: “Estudios Constitucionales” (Tomo IV). González & Medina, Editores, La Paz – Bolivia, 1920. Pág. 351.
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