Buscando la verdad
Los días avanzan y se acerca uno de los festejos más sonados del mundo: la Navidad. Una fecha que -según la tradición- tiene que ver con el nacimiento en la tierra del Hijo de Dios -Jesús- pero también, con la esperanza de los niños de que Papá Noel (papá, no él) les traiga juguetes. Si hay algo que caracteriza a la Navidad es el ambiente festivo y comercial donde aún la gente mayor espera recibir algo.
Si le dijeran que en esta Navidad pida un solo deseo ¿qué diría? ¿Su primera reacción sería pensar en algo material, ya sea para cubrir una necesidad o darse un gustito? Pero si ese deseo fuera el último de su vida… ¿qué pediría?
La Navidad pasará, los juguetes serán arruinados, los regalos serán olvidados y el tiempo seguirá pasando y cada día nos acercaremos más al momento de partir de este mundo.
En esa perspectiva y viviendo los difíciles momentos que nos han tocado vivir, por qué no hacer una sesuda reflexión para preguntarnos: ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos deparará la eternidad?
Que un niñito haya nacido en Belén, en verdad no es lo más relevante. Pero que hace 1985 años un Hombre fuera crucificado, muerto, sepultado y que luego de descender al infierno al tercer día resucitara, eso sí que es algo en verdad trascendental, al extremo de haber partido la historia de la Humanidad en dos, por lo que hoy vivimos en el año 2018 d.C. (después de Cristo, de su nacimiento).
Dijo el sabio Salomón que lo mejor de algo no es cómo comienza -cuántos se ufanan de sus éxitos- sino cómo va a terminar. La historia de Jesús es maravillosa: el Verbo se hizo carne, nació de una virgen, fue tentado en todo pero nunca pecó, fue torturado, muerto y sacrificado en pago por nuestros pecados. No fue el nacimiento de Jesús lo extraordinario, sino el cumplimiento de su misión: morir en la cruz para que seamos perdonados y resucitar, para que nosotros resucitemos también. Y ¿sabe qué? Todo fue hecho por amor.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna…
¿Qué le parece si en esta época navideña aceptamos a Jesús como nuestro Salvador? Si ya lo fuera ¿si le obedecemos como nuestro Señor? Si decimos que ya lo hacemos ¿si mostramos que vive en nosotros, manifestando su amor?
Cuando nuestro bienestar importa más que la necesidad del prójimo ¿mora el amor de Dios en nosotros? ¿Cómo decir que amamos a Dios a quien no vemos, si no amamos al pobre a quien vemos? Reflexionemos en Navidad…
El autor es Economista y Magíster en Comercio Internacional.
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