Israel Camacho Monje
Bolivia debe ser el primer país en el mundo donde con autorización gubernamental se permite que inocentes niños y niñas convivan con sus padres y madres dentro de los recintos carcelarios, tanto de hombres como de mujeres, que purgan sus condenas por delitos que han cometido.
Según las autoridades judiciales, se permite que los menores acompañen a sus progenitores -aun a riesgo de que puedan ser vejados-, dizque “para no romper la unión familiar” que siempre debe prevalecer, sobre todas las cosas.
Es más grave todavía, pues en las cárceles para hombres se permite que hasta sus mujeres e incluso hijos e hijas menores edad acompañen a sus padres. Gracias a Dios, en las cárceles de mujeres solo se permite el acompañamiento de hijas y, con algunas excepciones, también de hijos.
Con seguridad que los lectores deben estar pensando o imaginando que las cárceles bolivianas son iguales o mejores a cárceles de otros países. Es decir con celdas individuales, debidamente amobladas, con un catre de madera o metálico, de una plaza o de plaza y media, así como sus respectivos colchones y frazadas, y por supuesto con sus percheros de madera clavados en las paredes para colgar sus vestimentas, y lavamanos para su higiene personal.
Pero otra es la cruda realidad, porque las cárceles bolivianas se caracterizan por ser las peores del mundo, pues son simples casonas de los años 1800, con cuartos considerados como celdas colectivas, de un metro por dos, y medianas que no pasan de los cuatro metros por cuatro, y generalmente con pisos de ladrillo o de tierra, donde se tiene que tender los colchones de paja que puedan caber en toda su extensión. Si algún espacio queda libre, hay una larga lista de interesados para ocuparlo. Y en cuanto a las supuestas y modernas cárceles bolivianas, son las mismas o tal vez peores, por la incomodidad, hacinamiento y promiscuidad.
Y para salir de dudas, es verdad que las celdas colectivas, como las llaman las autoridades carcelarias, tienen sus respectivas puertas, pero siempre permanecen abiertas porque no se las puede cerrar, porque de día sus propietarios (los reos) tan solo pueden permanecer sentados sobre sus colchones, y de noche deben permanecer recostados (vestidos con sus ropas diarias) para poder dormir, si es que pueden. Y a los reos con hijos e hijas que tengan necesidades fisiológicas no les queda otra que aguantarse hasta el siguiente día.
Y es en esta forma inhumana que tienen que vivir o mejor dicho sobrevivir, en medio de la incomodidad, hacinamiento y promiscuidad, los miles de reos, cada vez en constante aumento, y para el colmo acompañados de sus pequeños hijos e hijas menores de edad.
Qué lástima y humillación humana, ¿verdad?
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