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En poco más de dos semanas ocurrirán dos momentos marcantes para América Latina. El 1 de enero, en pleno Año Nuevo, asumirá el Cap. Jair Bolsonaro como presidente de Brasil, con todas las condiciones de un líder democrático. Nadie tendrá nada para alegar. Bolsonaro, 63 años, llega al timón de la nación más grande, más poblada y económicamente más fuerte de la región con un respaldo macizo de más del 55% de la votación de la segunda vuelta, once puntos porcentuales de ventaja sobre su rival Fernando Haddad. El ciclo de gobiernos de izquierda representado por el Partido dos Trabalhadores queda marginado del poder y su historia de comando de la nación retorna a fojas cero. Para la mayoría de los analistas, el encumbramiento de Bolsonaro, del pequeño Partido Conservador Social Liberal, con el que llegó al congreso en 1990, parece destinado a dividir la historia de la región en antes y después de Bolsonaro. Nadie disputaría la idea de que, con el peso descomunal de Brasil sobre la región, el 1 de enero empieza una etapa en la que los regímenes del Socialismo del Siglo XXI (Nicaragua, Venezuela, Bolivia y Cuba) deberán desplazarse con el máximo cuidado para evitar ser avasallados por la corriente dominante que ahora recorre la región.
Venezuela fue excluida de la invitación a las ceremonias de inauguración del nuevo gobernante, un gesto que anuncia mayores apreturas para el régimen de Nicolás Maduro. El gobierno boliviano, aliado carnal del de Maduro, estará presente, dispuesto a soportar la soledad que lo aguardaría, pero sin posibilidad de rehusar la oportunidad de pasar el Año Nuevo en Brasilia, pues es demasiado grande lo que está en juego. Brasil es el principal mercado para el gas natural de Bolivia desde hace un cuarto de siglo y aun cuando el país ahora tenga que negociar nuevos contratos con los estados e industrias consumidoras en vez de hacerlo con un solo interlocutor (Petrobras no es más monopolio), mantener satisfechos a los clientes es vital, aunque contrario a la lógica que hasta hace poco prevalecía entre los líderes bolivianos. Al rayar el nuevo año empezará una nueva forma de jugar en la diplomacia de los dos países, que comparten más de 3.400 kilómetros de frontera.
El 10 de enero marca otra fecha crítica en las relaciones interamericanas. Ese día expira el mando que tomó Maduro y, con gran parte de la opinión internacional adversa, pretende haber ganado las elecciones hace solo unos meses para una Asamblea Constituyente en las que participó solamente una fracción opositora, la liderada por Henri Falcón, de tendencia social-cristiana. La abstención bordeó el 60%, una de las más altas de la historia venezolana. Maduro, de dudosa legitimidad, pues fue designado a dedo por el comandante Chávez cuando el líder venezolano agonizaba contra un cáncer que no consiguió contener, buscaba su reelección. La elección constituyente, en contraste con la que fue celebrada días antes para designar a un nuevo Poder Legislativo, tuvo una participación esmirriada, visible por la limitada afluencia ciudadana a los centros de votación. Los centros electorales debieron cerrar temprano a causa de la poca concurrencia. En cambio, los electores para renovar el Poder Legislativo días antes concurrieron en masa y los centros de votación cerraron tarde.
No obstante, Maduro entorpeció cuanto pudo las funciones de la nueva legislatura y magnificó los poderes de la ANC, pero tampoco logró avances significativos en sus metas de neutralizar a la oposición. Al contrario, irritó aún más a los críticos de su gobierno que, en el exterior, ganaron una vanguardia poderosa con el Grupo de Lima, que le planteó jaques sucesivos y sin matiz de ningún tipo lo denominó “dictadura”. Ninguno de los 12 países que conforman ese grupo asistirá a las ceremonias del 10 de enero y sus cancillerías estarán atentas a los desplazamientos de los escasos países amigos de Maduro. El grupo ostenta una simpatía abierta de países de la Unión Europea y de Estados Unidos, que no disimulan su desagrado con Maduro. Ese desagrado tiende a ser cada vez menos tenue con los amigos del que también llaman “dictador”.
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