La Navidad no es una festividad corriente, tiene la singularidad de ser más que una de las tantas celebraciones que tiene el calendario anual. Constituye un acontecimiento que está más allá de la cotidianidad, es el que incide en nuestra espiritualidad, porque está dedicado a rendir culto al nacimiento del hijo de Dios, primigeniamente llamado Jesús, pero cuando su presencia en la tierra fue incomprendida, tuvo que padecer inclusive la crucifixión.
Y no era porque hubiera incurrido en una falta, a veces habitual entre los seres humanos, sino porque marcó el nacimiento de un nuevo mundo terrenal, para que sus habitantes tengan un compañero de vida y lo consideren como el hijo mayor o el hermano excepcional, porque advino provisto de los prodigios de la divinidad.
El 25 de diciembre de hace 2.200 años es el comienzo de una nueva historia, con el nacimiento de Jesús de Nazareth. Por esta venturosa circunstancia, gran parte de la humanidad conmemora la Natividad de su Señor. Lo recibe entre luces de velas, villancicos y aromas de incienso.
No se puede pasar por alto, sin embargo, que para los contemporáneos de Jesús, las características de la historia de su vida no fueron similares a las del resto de la humanidad. De acuerdo con los historiadores, “su significación cósmica no empezó precisamente con su nacimiento, sino con su Pasión y Resurrección, Jesús de Nazaret fue ejecutado por Poncio Pilatos en la Pascua del año 30 d.C., acusado del crimen de sedición”.
Añaden que después de sufrir una muerte espantosa y humillante en el Gólgota, Jesús se levantó de entre los muertos y cambió la historia de su tiempo y de los días por venir. A partir de ese milagro de la Pascua, los antiguos cristianos relataron los últimos días de su Señor, su ministerio y, en especial, su modesto nacimiento.
Los historiadores de la cristiandad exponen que “No debemos perder de vista que los primeros seguidores creían que el Señor Resucitado iba a regresar para dar inicio a una nueva era apocalíptica en cualquier momento”. Se menciona luego que “En verdad os digo, que algunos que están aquí no conocerán la muerte antes que vean llegar el reino de Dios con su poder”. Esta declaración se le atribuye a Jesús.
Se expresa luego que, “sin embargo, con los años y la perseverancia del mundo, los apóstoles y las primeras generaciones de padres de la Iglesia se percataron que no serían testigos conducidos al cielo, sino cuidadores terrenales de un mensaje que debían escribir, explicar y defender”.
De esta manera, “Poco a poco, los primeros creyentes descubrieron que la construcción del Cristianismo requería de conservar las historias y máximas de Jesús, dar forma a su evangelio (buena nueva, en griego) y diseminarlo entre los judíos y los gentiles”.
“Los evangelistas -se añade- creían que la salvación del mundo estaba en juego, así que se esforzaron por convencer a otros judíos para convertir a los paganos y controlar las facciones cristianas rivales, cuyas opiniones de Jesús diferían de las suyas”.
El advenimiento de la Navidad tiene, pues, con éstas y otras muchas concepciones más, pero con el tiempo, el pasar de los años y de los siglos, prevaleció el mensaje de Jesús y su predicamento fue conservado como la palabra divina de Dios, su padre.
Ahora que la celebramos como una festividad de gozo y alegría, se está reflejando fielmente la voluntad de sus seguidores, de la cristiandad, porque la Navidad es para recordar con emoción y mucha espiritualidad la llegada de nuestro Dios salvador. Pero es también un acontecimiento que merece ser recordado siempre como una fiesta y no como un sepelio, porque el Hijo de Dios en la Tierra vino para darnos vida y ésta, mientras exista en cada ser humano, es motivo de festejo, luego de guardar un tiempo de recogimiento para orar y exponerle nuestra gratitud por darnos tanto.
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