Hernán Maldonado
Mis manos estaban moradas por el agua helada del riachuelo de Puchuni y sentía una enorme frustración porque el jabón Patria que utilizaba para lavar mi jerga de soldado no hacia espuma por la copajira del yacimiento minero cercano.
En mi vida civil jamás había lavado ropa y, decidido, le dije a mi camarada. “No puedo, Enrique. No puedo”. Él me ordenó. “Tienes que poder, c… Estamos en el cuartel. Nos van a castigar si no lo hacemos”. No pude. Él, generoso como era, lavó también lo mío.
Éramos jóvenes reclutas del Regimiento Ayacucho 9 de Infantería, acantonado en Corocoro. Desde nuestra niñez cultivamos una inquebrantable amistad. Todo lo hacíamos juntos. Mozalbetes, recorríamos 135 kilómetros a pie varios años al Santuario de Copacabana.
Hicimos toda la secundaria en el Nacional Ayacucho. Según nuestro mejor leal saber y entender publicábamos el periódico ABC, del Colegio. Por eso, cuando empezaba mi carrera periodística con don Julio Borelli y salía el diario La Calle, de efímera duración, pensé en él después que el gran amigo y maestro uruguayo me preguntó si conocía alguien con interés en el periodismo.
Luego estuvimos juntos con don Julio en La Prensa, Presencia, La Tarde y siempre en la radio con la Corporación Deportiva Borelli, Muchos años después Enrique tomó otros caminos, en otros diarios, Radio Nueva América y la Cabalgata Deportiva que patrocinaban los hermanos Julio y Luis Lazarte Lazo.
Nunca olvidó sus comienzos y a todo el que quisiera oírlo le decía que era periodista gracias a mí, lo que es una exageración. Pero confieso que saberlo me gustaba, porque a lo largo de los años conocí a otros ingratos, quizás con la excepción de Manolo Hernández Duen, quien me agradeció públicamente cuando recibió el Premio Nacional de Periodismo de Venezuela en los años 70.
Desde que salí de Bolivia hace casi medio siglo, mantuve contacto con él y nos visitábamos las veces que yo volvía al país. Guardaba celosamente todos los artículos que escribía en mi página TierraLejana.com. Un día los organizo y los publico como un libro, me dijo hace 2 años.
Aunque le decía que yo leo diariamente la prensa boliviana, insistía en mandarme recortes de lo que estimaba yo debía saber. También me hacía llegar libros escritos por colegas. Oficiaba de mi “corresponsal” porque me informaba de compañeros de colegio, de colegas periodistas, de los que se habían enfermado o muerto.
El penúltimo año disminuyó nuestra correspondencia porque un vehículo lo atropelló cerca a su domicilio en Alto Obrajes, cuando iba a comprar los diarios del día. Estuvo mucho tiempo en el hospital y su rehabilitación duró más de un año.
A principios de este año lo encontré con un burrito que se aprestaba a dejar por un bastón, como muestra de su mejoría. Reacio a acostumbrarse a Internet, Enrique se abatió enormemente cuando cerró el correo en La Paz por largos meses y en octubre empezó a visitar un café-internet y me alegré muchísimo.
El lunes 17 de este mes supe de su repentino fallecimiento. El viernes 14 asistió a una reunión con su hermano Luis Fernando para alistar con su grupo de amigos las fiestas de fin de año. El domingo en la noche se sintió mal y fue llevado al Hospital Obrero. No fue un ataque cardiaco, ni cerebral, sino una úlcera, me dicen desde La Paz.
No quiero saber si no lo operaron a tiempo, si los médicos estaban en huelga, si había o no insumos, cama, etc. La única triste realidad es que murió Mario Enrique Martínez Pereira, mi “hermano del alma”, como siempre me encabezaba su correspondencia. QEPD.
El autor es periodista. Ex UPI, EFE, dpa. CNN, El Nuevo Herald, por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.
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