José Antonio Navia Alanez
Hoy el ser humano está desesperado por alcanzar sus ideales. También está en los albores de un nuevo amanecer de pensamientos materialistas, desechando las grandes virtudes intelectuales y espirituales. En esta crisis la sociedad ha perdido su rumbo, porque sus esperanzas están fundadas en el poder económico. Hoy en las familias está de moda el materialismo, que implica adquirir casas, autos lujosos, artefactos costosos, etc. La sociedad se ha olvidado de la parte espiritual, ya no se le da la importancia necesaria. En el Nuevo Testamento el profeta Pablo dice: “Vivan según el Espíritu” (Gálatas 5-16). Este anuncio tiene un gran significado y nos hace entender que nuestra vida personal debe guiarse según el espíritu de Dios.
Por espiritualidad se entiende que nuestra forma de vida debe actuar según la obra del Espíritu Santo. La espiritualidad es una fuente de bienestar, justicia, paz, alegría (Romanos 14.17), pero se ignora este tema. La sociedad ha hecho de esta virtud como un objeto sin valor, porque se piensa que no se necesita normas ni valores vitales para el buen vivir. “En cambio lo que el espíritu produce es amor, alegría, paciencia amabilidad, bondad, felicidad, humildad y dominio propio, contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23).
La espiritualidad debemos considerarla como un manantial fecundo e inagotable de misericordia, compasión y amor. Practicar la espiritualidad nos llevará a una verdadera conversión y transformación personal. La sociedad irá hacia la destrucción moral mientras continúe con pensamientos erróneos, de que no se necesita formación espiritual ni moral. Por estas ideas preconcebidas vemos y escuchamos noticias sobre casos de nepotismo, corrupción, violencia, alcoholismo, etc. Estos gravísimos males exponen a la sociedad a la decadencia personal… Esos comportamientos impiden el florecimiento del espíritu humano.
La falta de conocimiento de ética y espiritualidad produce efectos aterradores en la sociedad y estos males se manifiestan en las actitudes de las personas, destruyendo valores. Tales individuos actúan inconscientemente, mostrándose como falsos, impuros, inmorales, etc. La espiritualidad debería ser uno de los grandes valores de la sociedad, porque sin ella no se cultiva relaciones justas. Este valor debería brillar en todas partes, para construir y fundamentar las relaciones sociales, políticas y familiares.
Las personas muchas veces confunden felicidad con placer, sin saber lo que en la vida les espera, buscan relacionar la una con el otro. Muchos piensan que las cosas materiales traen felicidad, pero este placer es fugaz, mientras aquellas que están relacionadas con el espíritu son capaces de llevar felicidad duradera. Al promover la espiritualidad, lograremos la perfección integral del ser humano.
La espiritualidad es fuente de motivación para comprender y actuar con solidaridad y misericordia con el prójimo. Cuando uno posee las características de Cristo, va adquiriendo un carácter de sencillez, humildad, equilibrio y armonía. Hoy más que nunca debemos fomentar el estudio de la ética y la espiritualidad para hacer frente a un mundo globalizado, dominado por una cultura materialista, consumista, individualista, hedonista, siendo uno de sus efectos la práctica de antivalores.
La espiritualidad es una virtud poco practicada por la actual generación, por lo que es necesaria cultivarla para formar a los jóvenes, para que un día sean ciudadanos dignos. Enseñar estas virtudes a los estudiantes debe ser un deber primordial. Educar sin moral a nuestros hijos es preparar hombres sin espiritualidad, sin afectos profesionales, sin ideales ni buenos objetivos. Por todo esto, la educación espiritual es para la vida. Si no cultivamos las cualidades humanas nos quedaremos en una oscuridad inactiva.
Estado, universidades, Normales e Iglesia deben tomar muy en cuenta el tema de la espiritualidad, impartiendo enseñanzas orientadas a temas morales, con sabiduría e inteligencia, para salir de la miopía moral. También es necesario crear facultades de Teología para contribuir al resurgimiento de la espiritualidad, que tanto hace falta a la sociedad.
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