Existe una tremenda contradicción entre lo que afirman las autoridades sobre la excelencia de la economía y los grados extremos de pobreza que padece buena parte de nuestra población; según informa la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sobre la existencia de “alrededor de dos millones de personas viven en Bolivia sin seguridad alimentaria”. Un personero de ese organismo corroboró que “en el país, al menos 18 por ciento de la población se encuentra en tal situación”. Por su parte, el ex–ministro de Economía L. Arce ha expresado: “En el país existen 1.8 millones de connacionales en situación de extrema pobreza”. Se indica, además, que la “extrema pobreza contrasta con el elevado porcentaje de la población con altos niveles de obesidad” (ED 17-X-18).
Cuando se conoce estadísticas que muestran la situación de la mayor parte de la población, se siente que por descuidos, nomeimportismos, desidia o falta de capacidad de las autoridades para ver la realidad del país, nos encontramos en situaciones que, comparativamente con lo que ocurre en países vecinos, debemos sentir vergüenza por saber y sentir que la extrema pobreza hace estragos en el país y que, sin embargo, hay derroche de dinero y existen hasta lujos que ofenden la dignidad de todos los bolivianos. Y, por el contrario, se pregona que se hace mucho por cambiar las políticas de descuido y dejadez con la aplicación de sistemas y métodos que permitan cultivar, más en cantidad y calidad, alimentos en el país, agrandar las fronteras del trabajo en las regiones agrícolas, fortalecer a las industrias de alimentos que hay, instruir a los campesinos, especialmente de la región occidental, para que mejoren sus cultivos y, en muchos casos, pedir a la población agraria que retorne a sus tierras y trabajen; pero nada o poco se hace en tal sentido.
Los informes de la FAO seguramente son aproximados y se refieren solamente a la falta de seguridad alimentaria; al respecto, corresponde preguntar: ¿Cuántos serán realmente los que se debaten en grados extremos de pobreza? ¿Cuántos no tienen los ingresos precisos para la compra siquiera de pan? ¿Cuántos niños consumen leche y son alimentados debidamente? ¿Cuántos niños padecen enfermedades y muchos no son atendidos debidamente en hospitales que no cuentan con vituallas ni instrumental ni camas y menos presupuestos especiales para adquisición de alimentos mínimos para esos menores?
El problema es grave y no sería cuestión de “darle la espalda”, como muchas veces se hace tan solo con la promesa de que será encarado “prontamente”. No podemos ni debemos permitir que la extrema pobreza siga lacerando la vida de la población, cuando con políticas de austeridad en los gastos fastuosos y la provisión efectiva de alimentos podemos disminuir casos que no solamente causan dolor en la población sino vergüenza.
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