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[Armando Mariaca]

Superar antagonismos y vivir en paz y armonía


Cada Navidad es portadora del deseo supremo: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”; un mensaje que debería ser propósito a cumplir por parte de todos los habitantes del mundo y, en nuestro país, con mucha más razón, habida cuenta que existen muchas desavenencias y antagonismos, discrepancias y rivalidades absurdas; hay demagogia y populismo que son extremos destructivos; hay diferencias que tienden a mostrarnos distintos y contrarios; hay, finalmente, antagonismos insuperables porque existen complejos, odios y rencores que sólo agravan los males que padecemos desde hace muchas décadas y, con mayor fuerza y efectividad, en los últimos trece años en que se han sentado bases de revanchismos por lo ocurrido en tiempos del Coloniaje.

En los días navideños gobernantes y gobernados formularon propuestas de paz y concordia, de armonía y unidad entre todos; pero, parecería que todo se circunscribe a esos días para volver posteriormente a retomar sentimientos antagónicos por cuestiones políticas, económicas o diferencias raciales que deben superarse y no se lo hace porque más pueden complejos que simples razones y propósitos para armonizar posiciones que, conforme pasan los días, se hacen antagonismos.

La paz y armonía entre los hijos de la misma patria son posibles siempre que se depongan sentimientos negativos y se tenga propósitos constructivos; cuando se olviden viejos resentimientos y se tenga como mira los intereses generales y se haga el propósito de trabajar en armonía y unidad por los mismos objetivos. La paz es un bien que se construye diariamente en el pensamiento y sentimiento de cada uno, en la calidad y cantidad de amor que tengamos hacia nuestro prójimo; una paz que sea duradera y libre de resquicios por los que ingresen dosis de rencores y odios, envidias y otros defectos que hacen daño.

La pobreza y la desigualdad generan violencia y desconfianza, porque es principio de antagonismos, porque no tomamos debida cuenta de los extremos de miseria que se viven en nuestro país donde millones de personas viven con lo mínimo; personas que esperan renunciamientos de los que tienen mucho y no para darles limosnas sino para comprender que es preciso invertir y crear fuentes de empleo para trabajos constructivos en aras de superar los extremos de pobreza que significan amargura, desempleo, frustración y dolor para tanta gente. Necesitamos renunciar a la soberbia y petulancia para entender a los demás, a los que necesitan amor y dedicación, a los que sufren por causa de enfermedades y a los que no tienen cobijo ni alimentos necesarios para vivir. Es urgente que tengamos criterios claros sobre nuestras realidades y actuemos en consecuencia, que cada uno se ponga en su propia circunstancia para entender la de los demás, para sentir siquiera mínimamente el dolor ajeno.

Hace muchos años, el Papa Juan Pablo II dijo: “El desarrollo se asienta en la paz” para referirse a que no podemos pretender desarrollo si no hay unidad ni condiciones de entendimiento, si no sabemos superar diferencias y si no tenemos conciencia para entender que la pobreza es lacerante para la mayoría del país y muchas veces no nos atrevemos a compartir lo mucho o poco que tenemos no solamente en dinero sino en contagiar amor, caridad y esperanza.

El desarrollo puede y debe ser posible si gobierno, políticos y organizaciones cívicas se complementan en todo lo que conviene al pueblo, en las urgencias del país y se asumen propósitos de unidad y concordia como medios para superar diferencias y rivalidades, aunque mínimas pero que lastiman y hieren a cada corazón y anulan hasta los visos de esperanza. El desarrollo no solamente tiene que ser material con la posesión de bienes de uso y consumo, sino debe ser moral, afectivo, cordial, pleno de entendimiento y caridad que sea constructivo, participativo y pleno de armonía.

Si bien vivimos en democracia y por ello tenemos libertad, es preciso entender que esa libertad no significa vigencia de la justicia sino está acompañada de la paz y la concordia entre todos; no es libertad si las condiciones de paz son vulneradas, lastimadas, pisoteadas por políticas que se precian de ser demócratas pero son irracionales y contrarias al bien y la seguridad de las mayorías en que se encuentran casos en que es preciso sentar bases para que todos entiendan el valor de ser libres pero en goce de paz y tranquilidad, en pleno vivir con la familia y con esperanzas de mejores días. Vivir en paz es ser libre completamente y si no hay libertad plena la paz se convierte en un sofisma, en algo que no tiene razón de ser, en ser simple enunciado.

Dios quiera que la paz sea cierta para todos dentro de marcos de libertad y justicia, en goce de la institucionalidad y con plena vigencia de la Constitución y las leyes entendiendo que la democracia es la expresión de la paz y la vida en común y deriva de la convicción de que es esencial para la convivencia sobre todo en lo que atañe a las ideas de libertad, igualdad y justicia en goce del bien supremo de la paz.

 
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Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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