La espada en la palabra
El periodismo debe ser ante todo, en la práctica y la teoría, información y criticismo.
Prendo en verdad muy poco el televisor, y cuando lo hago lo termino apagando pasados solamente unos minutos, pero hace poco vi toda completa, de pasada y sin intención, y en un programa cuyo nombre no recuerdo ahora, una entrevista que se le hizo en el canal estatal al vicepresidente García Linera. Normalmente, como les debe suceder a las personas cuyos intereses y consumos comunicacionales e informativos son sanos, los contenidos de los medios estatales no me interesan mucho, pero esta vez quise saber algo referido no a los contenidos en sí mismos sino a la forma de hacer y de dar esos contenidos. De tal evento periodístico, más que el fondo en sí mismo de la entrevista -que no podía ser otro que la glorificación de la gestión gubernamental-, me interesó la forma en que se hacía la entrevista o, en otras palabras, la forma periodística para dar una realidad a la masa de telespectadores.
Según Pierre Bourdieu, la persona que ejerce el periodismo televisivo tiene el poder de deformar ciertas realidades actuales e incluso escenarios y contextos pretéritos. Y a medida que veía la entrevista, que más bien debiera ser llamada charla agradable de amigos con afinidades políticas e intereses laborales, me daba cuenta de la mucha verdad que encierran las ideas del sociólogo francés, a quien, dicho sea de paso, admira el señor García Linera.
Es lamentable cómo el oficio del periodista puede descender como en una espiral sin límites, cuando el trabajo se ejecuta como lo ejecutan, por ejemplo, esos dos sujetos que hacían de periodistas en tal programa. No preguntaban, inducían a la respuesta; no cuestionaban, hacían apología de una realidad inventada; no interpelaban, remachaban con creces las ideas edénicas de García Linera; no criticaban, asentían con la cabeza a cada afirmación del entrevistado. En fin, no hacían periodismo. No sé lo que hacían, quizá todo, menos periodismo. Esto también tiene que ver con la entereza, y no de un periodista en particular, sino de un ser humano en general. Y la verdad es que causa lástima no solamente ser testigo de hasta qué niveles pobrísimos puede llegar un ejercicio que pretende ser periodístico (en este caso, una entrevista), sino también saber cómo una persona puede dejar de lado toda convicción de oficio por un puesto remunerado o una situación corporativa. Naturalmente, esas dos personas que entrevistaban al vicepresidente tienen convicciones políticas en sus fueros íntimos que no necesariamente deben ser afines al oficialismo, y tienen, como es natural igualmente, necesidades económicas que sobrellevar, y por tanto es seguramente esto lo cual hace que entreguen sus almas al diablo.
Aprovecho este espacio para decir que el siguiente gobierno, en materia periodística y comunicacional, deberá suprimir la edición de un periódico estatal, ya que éste es solamente un panfleto partidista, un pasquín, cuando mucho un folleto y hasta a veces llega a ser libelo atroz contra quienes se oponen al gobierno, y lo peor es que la tinta de ese papel sale del bolsillo de todos. Solamente la radio y la televisión debieran seguir siendo los soportes para los medios estatales, ya que el papel, la pluma y la tinta son mucho más propensos a desviarse y, por tanto, a corromperse.
Gran tarea tiene el ministro de Comunicación o Informaciones del siguiente gobierno; deberá dar a la práctica periodística gubernamental transparencia, idoneidad y entereza. ¿No son los medios comunicacionales estatales plataformas para informar con imparcialidad a la población, como debe informar con probidad cualquier medio privado? Pero eso sí, la verdad es que los medios estatales siempre han estado manchados con el color del partido de turno, pero nunca tan manchados como ahora, que se han pintado totalmente de azul.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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