Hay quienes creen que la fuerza motriz del desarrollo de los países radica en la evolución de ideas místicas y que éstas nacen por inspiración personal en algunos individuos predestinados. Sin embargo, otros dudan de esa opinión y consideran que la práctica es la única forma de comprobar que las ideas políticas y otras en general, tienen o no validez.
Los gobiernos dictan medidas políticas con objeto de justificar su paso por el poder, con el fin de que ellas se cumplan y con el objetivo final de prorrogarse o salir dignamente del poder. Como es natural, esas intenciones, convertidas en leyes, decretos, etc., son objeto de apoyo o crítica de la ciudadanía, pero, finalmente, lo único que permite saber si las resoluciones son buenas o malas es la aplicación práctica de esas decisiones, es decir cuando son sometidas al fuego de la experiencia o el arte de gobernar.
En efecto, si una disposición gubernativa es positiva, se la cumple sin observaciones, se la acata y sus resultados benefician a la colectividad. En cambio, si está mal concebida, va contra las leyes de la realidad, el intento está condenado a severas críticas y al fracaso final, por más argucias que se aplique para que se cumpla. Quiere decir, además, que la idea fue mal pensada, no fue producto del razonamiento, sino, más bien, de falta de razonamiento y hasta ignorancia.
En algunos casos, el gobierno hizo gala de dictar medidas de toda naturaleza, pero se observa que muy pocas de ellas dieron resultado y muchas terminaron en absoluto fracaso, tal el caso de la propuesta para la Ley del Sistema Penal que en el momento de ser aplicada chocó contra el muro de cemento armado de la realidad y, entonces, tardíamente, el gobierno reculó, lo mismo que hizo en anteriores oportunidades con el alza de los hidrocarburos, la continuación del camino en el Tipnis, la reforma judicial, la lucha contra la corrupción y el feminicidio, y muchas otras que cayeron en saco roto.
Ese procedimiento de caer en el error tiende a producirse con la re-repostulación de Evo Morales a la presidencia del Estado, al ir contra la Constitución, la historia, la lógica y aún el menor sentido común. Sin lugar a duda, por esos antecedentes, el intento terminará en el desastre, como en anteriores casos. Tendrá poca suerte porque no se reconoce el error y, para mayor absurdo, repite la equivocación de manera consciente. Por tanto, se ha perdido el sentido lógico y racionalidad, por lo que es oportuna la sentencia de que los dioses ciegan a los hombres cuando quieren perderlos.
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