Algo más que palabras
“Pensemos que las manos de la unidad son más mimbres; y, a la vez, son más edificantes en el amor, pues esta expresión de entidad humanística, tiene como fundamento la bondad de coexistir”.
Es cierto que a este mundo nuestro le desbordan los enfrentamientos, las guerras y discordias nos dividen, los abusos de poder también nos dejan sin fuerzas para esperanzarnos; pero, aun así, en este camino no vamos solos, y también hay gente o instituciones dispuestas a conciliar voluntades, fomentando el entendimiento, con una capacidad de servicio verdaderamente ejemplarizante. No obstante, considero que será bueno cambiar de actitudes, empezando por aquellos gobernantes que se sienten dueños de sus naciones, y terminando por nosotros mismos, que a veces nos endiosamos hasta el extremo de creernos poderosos y con capacidad excluyente.
En cualquier caso, no podemos dejarnos abatir por esta triste situación, hemos de reaccionar con un aire clemente, comprensivo, con la cabeza siempre en alto y los brazos dispuestos para abrazar. Concienciarnos de que es posible otro mundo más humano ha de ser actividad prioritaria. Para empezar, aún no hemos conseguido que la entrega sea abecedario común. Deberíamos intentarlo cada día y ejercitarlo en todo momento. Esto supone evitar la dinámica dominadora y la acumulación de riquezas. Nos parecerá difícil llevarlo a buen término, pero siempre es posible salir de uno mismo para ponerse en el lugar del otro, y así, forjar una alianza de comportamientos en su sentido más hondo.
Por otra parte, quizás sea nuestra primera misión creer que la vida nos pertenece a todos en su conjunto, en su unidad, en su armonía. Bien es verdad que necesitamos de otro aliento más níveo, más auténtico, más de camino hacia delante. En la actualidad hay muchas personas que se quedan atrás por nuestra propia culpa. Hemos de rescatarlos. No somos nuevos en la acción. También nuestros predecesores tuvieron que poner empeño en otros horizontes. Imaginemos un mundo sin fines de semana, sin una jornada laboral limitada a ocho horas, sin edad mínima para trabajar, sin protección para las trabajadoras embarazadas ni para los trabajadores vulnerables.
Este podría ser su lugar de trabajo si no hubiese existido la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Creada en 1919, después de la Primera Guerra Mundial, la OIT se prepara ahora para celebrar sus cien años de acción a favor de la justicia social. Esta es la vía para conseguir universalizar el hermanamiento entre culturas. Hoy como ayer hay que unirse y reunirse, para salvar discrepancias y establecer otras visiones menos discriminatorias. Pensemos que las manos de la unidad son más mimbres; y, a la vez, son más edificantes en el amor, pues esta expresión de entidad humanística tiene como fundamento la bondad de coexistir.
Precisamente, en la familia es donde crece esa ternura, que permite a los cónyuges unirse y ser uno. Ojalá, más pronto que tarde, el mundo se familiarice sobre esas relaciones humanas constructivas y desprendidas. Nos hace falta. Algunas situaciones son tan alarmantes, que no tenemos tiempo para dormirnos en los laureles. Pongamos por caso la recuperación de la capa de ozono, desde luego un rayo de esperanza igualmente en esta lucha climática. Según Naciones Unidas, si se implementa completamente, la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal puede evitar hasta 0,4 °C de calentamiento global para fines de este siglo. La enmienda reducirá la producción y el consumo proyectados de hidrofluorocarbonos (HFC) en más de 80% durante los próximos 30 años.
Por tanto, si importante es restablecer dignidades perdidas en el ser humano, también nuestra casa común nos requiere con urgencia de cambios de estilo de vida. Por suerte ya tenemos reacciones al respecto, es lo propio de una ciudadanía con sentido de responsabilidad, por lo que esos rayos de esperanza confiamos en que se multipliquen, antes de que el deterioro de la calidad de la vida humana y su deshumanización, nos lleve a la destrucción de la propia especie humana por sí misma.
Por eso es importante que las nuevas generaciones piensen mucho más en poner en práctica el principio universalista del bien colectivo, respalden la justicia social, tomando como prioridad la erradicación de la miseria y el desarrollo social integrador de todos los moradores del planeta. Sea como fuere, no podemos, ni nunca debemos, bajar la guardia. Hoy sabemos que cuando la cooperación internacional funciona, todos salimos ganando. Tampoco se puede consentir, o mostrar pasividad, ante la violación del derecho internacional humanitario. Defender los derechos humanos y tomar medidas para una mayor concienciación, sin obviar una mayor libertad y más compasión, es tarea que nos afecta a todos.
No olvidemos que si bien necesitamos políticos realmente comprometidos como servidores, con visión amplia y transparente, igualmente se requiere que seamos capaces de superar el individualismo, cada cual consigo mismo, con otra mirada más comprometida, con un cambio de corazón y de existencia. La esperanza, en suma, es nuestra, sí, de cada uno de nosotros.
El autor es escritor.
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