Israel Camacho Monje
Desde hace años, padres ancianos han dejado de ser motivo de atención prioritaria por parte de hijas e hijos. Éstos después de haber merecido la atención de sus progenitores, desde su nacimiento hasta su adultez, en vez de estar eternamente agradecidos por sus desvelos, simplemente han encontrado la manera de lograr lo que ambicionan, quedarse con casas y bienes de sus padres.
Es el caso de una hija que, en vísperas de casarse, les dice con fingida tristeza, a sus padres ancianos, que cuando contraiga matrimonio, va a tener que abandonar el hogar familiar.
Logra que los viejitos respondan: “Hija, no hay motivo para que te vayas, tu esposo también puede venir a vivir con nosotros”. Súplica que de inmediato es aceptada.
Joven matrimonio que después de haberse instalado muy bien en la casa de sus progenitores, lo primero que hacen es traer hijos al mundo, y conforme van creciendo los nietos y nietas, los viejitos realizan el papel de niñeros. El joven matrimonio, a pesar de conocer el trabajo sacrificado de los abuelitos, jamás contrata a una empleada para que cuide a sus hijos, supuestamente porque su meta es el ahorro para independizarse del hogar de sus progenitores. Ambición de enriquecimiento que los ha obligado a dedicarse al trabajo, y desatender sus obligaciones paternales, y claro está de vez en cuando darse un pequeño descanso y asistir a recepciones sociales de amigas y amigos, que se presenten.
Pero conforme pasa el tiempo, y los abuelitos ya están demasiado cansados por un lado, y sus nietos ya han llegado a la edad colegial por el otro, un día arguyen que los dormitorios de abuelos son demasiados grandes para ellos, y que podrían acomodarse los dos en la pequeña habitación que está a lado de la cocina, y de esa manera ya no tendrían que ir hasta el comedor a tomar su té, almorzar y cenar. Y que esos muebles de antaño que están en las dos piezas habría que botarlos porque ya no sirven. En fin, a espaldas de los verdaderos dueños de la casa deciden hacer un cambio total.
Hasta que la hija, a la que le daba pena separase de sus viejitos, les dice: “Papás, en vista de que mi familia ha ido creciendo, hemos visto por conveniente hacer varios arreglos en nuestra casa”. Y al recibir como contestación, “dentro de esta casa ¡nada se mueve!”. Y que “Justamente, estábamos esperando este momento, para decirles que tienen 24 horas para salir de nuestra casa, hijos malagradecidos que durante todos los años que han vivido en nuestra casa no han aportado ni un peso, y es más, nos han hecho trabajar como sus empleados domésticos, y nos han hecho gastar hasta nuestras rentas de jubilación para mantenerlos”.
Y ante la tajante respuesta, no le queda otra cosa a la hija, que exigir la parte de la casa que le corresponde de herencia. Y su padre, al que decía querido viejito, le responde que la casa en la que viven todavía, ya había sido donada a una Institución de Beneficencia Social, y la misma que tomará posesión después del fallecimiento de los dos benefactores. Es un justo revés para los hijos despojadores de sus padres, ¿verdad que sí?
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