Los sistemas políticos primitivos se caracterizaban por mantener gobiernos de tipo tradicional con características continuistas, absolutistas y dictatoriales. Solo existía la dinastía personal y el jefe hacía lo que le pedía el cuerpo, dictaba leyes, ordenaba la ejecución de sus rivales y enemigos y tenía bajo control ilimitado las pequeñas fuerzas de represión que estaban bajo su dominio. No existían elecciones, la libertad de opinión estaba prohibida, las autoridades inferiores eran nombradas por el gobernante, generalmente convertido en un tirano. En síntesis, en manos de una sola persona se encontraban los poderes (ahora llamados órganos) Ejecutivo, Judicial y Legislativo.
Esa primitiva forma de existencia de los pueblos empezó a desintegrarse, a partir del momento en que los pueblos fueron haciendo conquistas democráticas y limitando los poderes absolutos que usufructuaban los caciques, jeques y caudillos, obligándoles a respetar y practicar las libertades individuales. Se alcanzó, en ese sentido, grandes avances que se fueron consolidando paulatinamente, hasta llegar a las democracias contemporáneas, caracterizadas por las libertades de pensamiento, palabra y obra que significaron el triunfo de las civilizaciones.
Sin embargo, pese a esos progresos, circunstancias particulares han originado el resurgimiento de esas tendencias sin brújula de la noche de los tiempos y han reaparecido oscuras corrientes que buscan eternizarse en el uso del poder y junto a ellas, instintos de tipo absolutista de los tiempos más lejanos. Los actos conscientes están desapareciendo. En efecto, en tiempos recientes, después de miles de años de victoriosas luchas populares por alcanzar la libertad y la democracia, han renacido arcaicos instintos por mantenerse en el gobierno indefinidamente. Es más, junto a ese capricho inconsciente, ha resurgido también la ambición absolutista de monopolizar desde el gobierno la práctica de tener bajo su mando el control absoluto de los poderes del Estado, de un sistema gestado a través de miles de años y que culminó con la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos Humanos, puestos en vigencia con el apoyo de todos los pueblos del mundo. Pero se intenta hacerlo pedazos y así un solo individuo sueña con la intención de tener en el puño los poderes del Estado, además de controlar con mano de hierro las fuerzas de represión, que terminan convirtiéndose en una máquina robótica de terror.
Ese fenómeno ha mostrado las orejas en varios países, pero lo está haciendo frente a la enérgica resistencia de los pueblos y, si bien aparece en medio de asombro y resistencia generales, es imposible que prevalezca, porque las conquistas de la humanidad son irreversibles.
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