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Era previsible que Nicolás Maduro y los militares que lo sustentan recibirían de los poderes bajo su control, un nuevo mandato de seis años para gobernar Venezuela hasta 2025. Pero de lo que nadie estaba seguro era cuánto podrán aguantar. Lo que seguía siendo claro el fin de semana que pasó era que completar ese mandato representaba una apuesta que ni Maduro ni los jefes militares se atrevían a articular, pues desde hace por lo menos dos años el gobierno venezolano vive al día, aguardando completar la jornada incólume. Lo mismo ocurre con la economía, pues una gran parte de la población hace esfuerzos para llegar al fin del día habiendo comido tres veces.
Maduro tomó posesión en un acto que no tiene paralelo en la historia hemisférica reciente, por la cantidad de países que desairaron la osadía de asumir el mando con pretensiones democráticas por parte de quien es equiparado a los tiranos más notables de la región. El mayor aporte para esa distinción abyecta lo representan millones de emigrantes que han abandonado el país desde que el Socialismo del Siglo XXI empezó a gobernar, a fines del siglo pasado.
El presidente Evo Morales fue a dar un abrazo y ofrecer apoyo a uno de los personajes más resistidos en el mundo, pero líderes de oposición rápidamente descalificaron ese gesto y lo definieron como individual. El candidato presidencial de Demócratas, Oscar Ortiz, dijo que ese apoyo “implica complicidad con una dictadura y mancha el nombre de Bolivia”. Adelantó que si llegase a ganar la elección presidencial de fines de año, Bolivia se retirará de ALBA y Unasur, los organismos multinacionales creados bajo el impulso de Hugo Chávez. Ambos organismos languidecen con el advenimiento de gobiernos de sello adverso en casi todo el continente. Carlos Mesa, el candidato presidencial más aventajado en las encuestas, dijo que Morales podía creer en la “legitimidad” de Maduro pero no hablar a nombre de todos los bolivianos.
Cercado por todos sus vecinos, con una economía a pique, que se ha encogido en más de la mitad en los últimos cinco años, es muy poco lo que Maduro podría hacer para revertir el cuadro. Encuestas privadas le asignan una aceptación del 10% al 20% de la población venezolana y un porcentaje aún menor cree que bajo su mando la suerte de Venezuela podría cambiar. Gobernar en esas condiciones era como caminar descalzo sobre el fuego.
La controversia sobre cómo Maduro obtuvo un segundo mandato ha sido tan persistente que muchos observadores vieron en ella la causa del atropellamiento del Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno, al tomar el juramento a Maduro.
El magistrado, un ex policía con antecedentes criminales por los cuales estuvo en prisión, no alcanzó a leer de corrido la fórmula de juramentación y hacia el final se atascó. Tras segundos interminables en los que acudió al papel en el que tenía escrita la fórmula, concluyó la frase mientras Maduro aguardaba inmutable, envuelto en la atmósfera tensa que había invadido la sala del tribunal.
El ostracismo internacional del régimen empezó a volverse sofocante en ese mismo momento, cuando los países del Grupo de Lima, conformado el año pasado para lograr la salida de Maduro y la democratización de Venezuela, decidieron desconocer al gobernante y reconocer como único poder electo el de la Asamblea Nacional, que preside Juan Guaidó. El mismo día, la AN había declarado a Maduro como un usurpador. Paraguay se adelantó a todos y en una revira volta de una maniobra venezolana que cinco años atrás lo había excluido de Mercosur, rompió relaciones con Caracas.
La ceremonia de juramentación solo agregó incertidumbre. El viernes, un cabildo abierto frente a la sede de las Naciones Unidas dispuso que Guaidó asumiese a las competencias del gobierno, en un quiebre mayúsculo de poderes. Con el respaldo de gran parte de la comunidad, Guaidó se disponía el viernes a actuar bajo ese mandato. La edición digital del diario El Nacional anunció que el Secretario General de la OEA, Luis Almagro saludó al asambleísta como el nuevo presidente de Venezuela, una movida que se esperaba fuese seguida por países que condenan a Maduro.
Maduro y los jefes militares contaban con el apoyo verbal de Nicaragua, Bolivia y Cuba. El margen de Maduro sería escaso: Resistir podría conducir a una matanza y a la corta o a la larga perdería, pues otras naciones acabarían interviniendo. Abandonar el país, como lo hizo Marcos Pérez Jiménez en 1958, era un viaje sin destino: ¿A dónde? Quizá Cuba o Bolivia, pero ¿por cuánto tiempo?
En una de sus primeras decisiones, Guaidó convocó a una concentración en el barrio histórico de 23 de enero, llamado así en memoria de la fuga de Pérez Jiménez. Qué ocurrirá hasta entonces era otra de las grandes incógnitas que han venido como avalancha este primer mes de 2019.
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