José Carlos García Fajardo
Es injustificable vender armas a terceros países con el pretexto de crear puestos de trabajo en nuestras democracias.
Hace años escribí unas reflexiones ante el agradecimiento de Gervasio Sánchez al agradecer el Premio Ortega y Gasset que le otorgó el diario El País. Permitidme que reproduzca lo substancial de su intervención, porque hubo muchos medios que no las reprodujeron y hoy, de nuevo, las vuelvo a considerar de máxima actualidad:
“Les aseguro que no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad. Es verdad que la guerra funde nuestras mentes y nos roba los sueños, como se dice en la película Cuentos de la luna pálida, de Kenji Mizoguchi. Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de las minas y al desminado.
Es verdad que todos los gobiernos españoles, desde el inicio de la transición, permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas.
Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas, al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra, y que hoy fabricamos cuatro tipos distintos de bombas de racimo, cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas.
Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo, y que me avergüenzo de mis representantes políticos”.
Yo también me uno en la denuncia a Martín Luther King, me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte.
Y quiero ratificar una vez más con mi firma la indignidad que supone vender armas a países empobrecidos, cuando ya desbordamos nuestras ganancias vendiéndoselas también a los ricos y poderosos. Si no podemos construir el mejor de los mundos, no podemos renunciar a luchar por un mundo mejor. Quizá no podamos acabar con las guerras, la eliminación de todos los arsenales nucleares, el infame blanqueo de dinero procedente del narcotráfico y del crimen organizado, la prostitución infantil ni tantos otros crímenes y miserias a escala universal. Pero podemos y debemos exigir a nuestros gobernantes que prohíban terminantemente la venta de armas a otros países. A todos sin excepción porque es público y notorio que se “vende” armas a empresas del llamado mundo desarrollado y, por el camino, se cambia de destinatario y van a manos de desalmados que mantienen guerras en países del tercer mundo para cobrarlas en diamantes, coltan, petróleo, oro, fosfatos, níquel y otras materias primas con las que esos países podrían transformar su miseria en bienestar y en un adecuado crecimiento.
Igual que no podríamos tolerar la esclavitud, aunque la practicara medio mundo, no podemos permitir la pena de muerte bajo ninguna excusa, la castración de pequeños cantores, ni las armas químicas, ni ningún tipo de infanticidio, ni la proscripción de la mujer, ni amputación como castigo ni de los ancianos ni de persona alguna de otro sexo, etnia, color, creencia a condición…, sí podemos y debemos y tenemos que exigir a nuestros representantes políticos que se prohíba la venta de armas a otros países bajo la excusa que sea. ¿Que perderemos cuotas de mercado? También las perdimos los europeos cuando los países colonizados alcanzaron sus independencias.
Que no nos vengan con el cuento de que las fábricas de armas perderán competitividad y que se perderá puestos de trabajo. Que las transformen y que “en lugar de espadas produzcan arados”.
No todo vale con tal de obtener beneficios. Y como estamos en una democracia con una Constitución que reconoce y defiende derechos y libertades fundamentales, tenemos obligación de exigir que, al menos, en ese capítulo, en España no se venda armas a terceros países. Utilicemos todos nuestros medios de denuncia, de presión y de fuerza.
He vivido varias guerras como enviado especial y he visitado muchos campamentos de refugiados y a víctimas inocentes de auténticas armas de destrucción infames. Esas víctimas son tan inocentes como las de los campos de exterminio; aquéllos pertenecen en gran parte a la historia pero estas nuevas víctimas se producen cada día. Y nosotros no podremos descansar mientras, en algo tan concreto y factible, no se actúe con determinación y firmeza.
El autor es Profesor Emérito U.C.M.
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