Cuando hablamos de drogadicción nos referimos a un mal social. Esta problemática comenzó en el país en alrededor de 1965, cuando aún no había llegado alguna influencia exterior. Los primeros casos de dependencia fueron de 12 niños, entre 8 y 12 años, que inhalaban gasolina, eran huérfanos, de bajos recursos económicos y vivían en el cementerio de la ciudad de La Paz, ayudando a las personas que ponían flores (Noya Tapia Nils. 1987). Este fue el primer indicio de farmacodependencia a una sustancia por un número determinado de personas.
Antes de ello había casos ocasionales de dependencia química, a elementos como la morfina, opiáceos sintéticos, pero el número era pequeño.
De 1969 a 1971, grupos de estudiantes volvieron de Estados Unidos con influencia “hippie” y empezaron a utilizar drogas, siendo éstos de clase social media alta, entre los 18 a 25 años. Las drogas más consumibles eran marihuana, LSD, tranquilizantes y plantas naturales como el cactus de San Pedro, que contiene mezcalina suficiente para producir alucinaciones. Este grupo de personas, propiciador de la epidemia de drogas en nuestro país, tuvo una inquietud que podríamos denominar suicida, ya que según historias clínicas de la época, habían probado todo tipo de drogas que creían podían tener efectos psicotrópicos.
El crecimiento de cabello en los varones, la barba y el descuido fueron elementos para detección de consumo de drogas. Jóvenes intelectuales fueron absorbidos por esa ola de consumo y muchos de ellos continuaron usando drogas más fuertes, presentando alteraciones cerebrales crónicas o fallecieron por sobredosis.
Hacia 1971 y 1973 se inició en el país el consumo de “pitillo”, mezcla que se hacía de cocaína con tabaco rubio. Inicialmente se utilizó una marca de cigarrillo que por su olor aromático simulaba el olor penetrante del pitillo, paulatinamente fueron presentándose mayor cantidad de casos.
En 1973, en México se organizó seminarios de Farmacodependencia por cuatro años continuos. Con esa información se solicitó al gobierno la implementación de un programa de prevención, tratamiento y rehabilitación de drogadictos. El Ministerio de Salud de entonces no presto atención a la propuesta que incorporaba el entrenamiento de personal y cooperación técnica. La opinión del entonces Ministerio era que no había una cantidad suficiente de adictos para preocuparse y que la diarrea, enfermedades pulmonares y otros eran temas de mayor inquietud.
El entonces Ministerio del Interior, por medio de la Dirección Nacional de Sustancias Peligrosas, implementó el primer instituto de investigaciones de farmacodependencia, como un consultorio de atención ambulatoria para pacientes.
En 1976 se consiguió un financiamiento de 250.000 $us para la implementación de un centro de rehabilitación, pero lamentablemente ese presupuesto fue dilapidado. Desde 1977 la incidencia de la drogadicción es alta y la disponibilidad de droga ha ido en relación con la producción de hoja de coca y de cocaína; si bien al inicio la utilización de la droga estaba limitada a personas de clase media alta, con la aparición del pitillo la droga se expandió a otros sectores.
En algunos casos, “pisa-cocas” y micro-traficantes se convirtieron en consumidores y adictos y cuando ya no tenían cómo pagar su adicción, eran echados a la calle. El consumo de alcohol es secundado por el consumo de marihuana y cocaína en sus distintas formas, situación que es alarmante. La drogadicción no solo amenaza a la juventud sino a personas entre los 30 a 45 años, en momentos de la vida de mayor producción para el país.
Toda campaña preventiva es positiva; todo lo que se haga por medio de la comunicación de masas, que lleva a la información y al conocimiento de las drogas y sus consecuencias, son decisivos en los programas de prevención. Pero lo más importante es establecer que el núcleo familiar, base de la sociedad, sea un elemento estable en la relación afectiva, en el establecimiento de lazos de seguridad y de proyección en el futuro.
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