Todos los bolivianos tienen derecho a espantarse y vociferar ante el abuso y desparpajo con que el gobierno masista derrocha el dinero en una brutal propaganda destinada a ensalzar a S.E. Pero los jóvenes anteriores al boom de los hidrocarburos no tienen ni la menor idea de lo que eran las administraciones de los “neoliberales”, de aquellos presuntos oligarcas, difamados, que vivían a dos dobles y un repique, escarbando en las arcas fiscales los reales que permitieran sobrevivir al Estado.
Y no era que los anteriores gobernantes se rascaran la panza. Este es el Gobierno que no ha hecho nada, fuera de sus anuncios grandilocuentes en los que ahora nadie cree, de inclusión social, paridad de género, amor a la Madre Tierra y al mar, reivindicación de los indígenas, y lo que causa estupor: lucha contra la corrupción.
El Estado Plurinacional se forró con los millones del gas que le dejaron los “neoliberales” y con ese dinero, gastando a manos llenas, construyeron los elefantes blancos más caros e inservibles de la historia y fueron incapaces de reponer, en alguna medida, algo de las reservas que se dilapidaron, aunque S.E. anuncia, electoralmente, que navegamos sobre un mar de gas que hasta ahora nadie ha visto.
Pero vamos al grano. Me correspondió ser Ministro de Informaciones en dos gestiones. Una durante el gobierno de Jaime Paz Zamora, y otra entre abril del 2000 hasta la renuncia del presidente Banzer en agosto del 2001. Fueron años de miseria y de angustia, cuando era un acontecimiento lanzar un spot. Épocas en que Jaime Paz como el general Banzer, inauguraban obras sin alboroto, sin televisión oficial ni prensa, la mayoría de las veces sin estar presentes ellos mismos. Pero lo que entregaban no eran “regalos”, no eran canchitas, ni coliseos, eran obras absolutamente necesarias, imprescindibles, que la población agradecía sin que estuviera presente la fanfarria de los Kjarkas.
No recuerdo el presupuesto del Ministerio de Informaciones del año 2000 o 2001 (cualquier lector lo puede ver en Internet seguramente), pero calculo que era 20 o 30 veces menor al del presente año, si no me quedo corto. Éramos la más pobre de las carteras porque las prioridades eran otras. Por eso resulta descarado que de los 150 millones de bolivianos del 2018 hayan pasado a 527 millones en este año electoral 2019, es decir 350% más. Y lo peor, lo que perturba, que una gran parte del dinero irá, bajo algunas condiciones, a las cuentas de los medios sometidos y afines con el “proceso de cambio”.
Lo que gasta el Estado para ver jugar fútbol a S.E., presenciar proclamaciones bailables, montar encuestas truchas, y en las insufribles lecciones destiladas de odio que lanza el Vice a los niños y los jóvenes, es algo inaudito. Se aprovecha el dinero de los contribuyentes para elevar a lo más alto el ego de S.E., para hacer culto a la personalidad, y para promover el odio al adversario.
El Canal 7 de mis tiempos era heroico, vivía de la iniciativa de su gerente, Mariano Baptista, y para salir a la calle a hacer alguna grabación, mucho más al campo, había que juntar hasta el último centavo. Demás está decir que no existían vehículos, salvo el del Ministro, bastante destartalado. No es como ahora, que con la platita del gas, se puede mostrar al público hasta la inauguración de un mingitorio.
El abuso es inaudito, el despilfarro total, el mal gusto espanta, pero sin embargo se le asigna al Ministerio de Informaciones 527 millones de bolivianos, que los más conservadores piensan que llegarán a 700, cuando los techos de las escuelas se desploman y los enfermos duermen en los suelos de los hospitales.
Todo por darle gusto a S.E., emperrado en ganar unas elecciones, donde, desde el principio, está inhabilitado por el voto del pueblo, que recién empieza a despertar de un adormecimiento incomprensible.
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