I
José Carlos García Fajardo
Los inmigrantes nos devuelven la visita que les hemos estado haciendo durante más de 600 años. Ya conocen el camino, sólo tienen que seguir nuestras huellas.
Es una falacia actuar como si cuantos más hijos, mejor. Eso fue necesario en tiempo en que se necesitaban manos para labrar los campos, cuidar ganados y ocuparse de los ancianos en sus necesidades. Hoy la superpoblación sólo de da en países empobrecidos, no en los ricos del norte sociológico como demuestra las demografías de los miembros OCDE.
La natalidad se regula con educación igual para todos, igual oportunidad de trabajo y salarios iguales a responsabilidades iguales. Por otra parte, confundir sexualidad con procreación es una barbaridad que no soportan las personas bien educadas y con responsabilidades. Vean la conducta de las mujeres en los países “desarrolladas”, y la de los hombres que asumen una materno/paternidad responsables y actúan en consecuencia. Es aberrante, propio de “eunucos” y de seres débiles con necesidad de dominar a los demás.La sexualidad, como la circulación de la sangre, el sistema nervioso y todo el resto del ser humano no la imponen dioses inesistentes sino que obedece a la humana naturaleza y los dictados de la inteligencia y de la responsabilidad personales.
La inmigración es un fenómeno sociológico que ejercita un derecho fundamental, pues “las cosas no son de su dueño sino del que las necesita”, como me enseñó una campesina del Chocó, en Colombia. Que necesite ser regulada por los países de acogida y por los de partida, no concede a nadie patente de corso ni prepotencia ni conmiseración o abuso.
Cuenta Eduardo Galeano en Patas arriba, La escuela del mundo al revés, que “Alicia, después de visitar el país de las maravillas, se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana”, o a la pantalla del televisor.
Este es uno de los resultados de la perversa gestión de la globalización que, en sí, no es buena ni mala: es una consecuencia del desarrollo de las tecnologías que nos han hecho un mundo más abarcable
En el Norte sociológico, lo políticamente correcto es el pensamiento único que afirma que el mercado es el que gobierna y el Gobierno quien administra lo que dicta el mercado. Es la apoteosis de la revolución conservadora de los años ochenta en amalgama con un liberalismo rampante que postula el máximo beneficio económico, a cualquier precio material o humano. Son las tesis del capitalismo salvaje elevado a la categoría de modelo de desarrollo cuyos frutos son: menos de treinta países enriquecidos a costa de más de ciento cincuenta pueblos empobrecidos, muchos de los cuales son los financiadores natos del desarrollo económico del Norte. Las cifras cantan: desde la década de los ochenta, los flujos de capital del Sur al Norte son tres veces superiores a las cada vez más inexistentes inversiones que, en un 80%, se hacen de los países del Norte entre ellos mismos. Es preciso terminar con el espejismo contrario.
La globalización nos ofrece estas tendencias: expansión de una sociedad de la información, mundialización de los cambios económicos, crecimiento de las redes financieras internacionales, aparición de nuevos países industrializados y la hegemonía económica y militar de Estados Unidos.
Para Carlos Taibo, una de las grandes paradojas de la globalización es que no alcanza a la movilidad de la fuerza de trabajo, circunstancias que no deja de tener efectos paradójicos y cita a Susan George que, en el Informe Lugano, dice “la globalización económica desnacionaliza la economía nacional. En cambio, la inmigración renacionaliza la política”.
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