El periodismo, que registra los hechos de la vida cotidiana, no puede dejar de considerar el desarrollo histórico de los pueblos y, mucho menos, desconocerlo o darle una interpretación que no responde a la realidad. Tampoco puede caer en el empirismo o la descripción positivista elemental de los hechos. Tiene, en realidad, la obligación de pronunciarse acerca de la vida real, por estar al servicio del pueblo y la nación.
Hasta principios del presente siglo el país seguía un curso de dificultades originadas en presiones coloniales y antidemocráticas, agravadas por su economía monoproductora extractivista, que le hacía depender de los precios de las materias primas de exportación, precios recurrentemente bajos y que determinaban la pobreza del pueblo, del gobierno, del Estado y la nación. Es más, esa situación originaba un permanente estado de crisis política y cambios súbitos de gobernantes.
Finalmente, originó un nuevo gobierno que dura alrededor de trece años y llegó al poder en un momento especial, en el cual se produjo un hecho providencial, tal vez único en la historia de Bolivia, que consistió en el alza extraordinaria de los precios de las materias primas de exportación, como gas, estaño, soya, coca, etc.
Esa elevación prodigiosa de dichos precios fue la principal causa, sino la única, que determinó que el gobierno utilice enormes cantidades de dinero a manos llenas. Fue la primera vez en la historia nacional y como jamás ningún otro gobierno había gozado. Esa abundancia de dinero fue la causa principal, y no otra, que permitió un estado de bonanza. El petróleo se mantuvo en fantásticos niveles y el barril subió de 20 a poco más de 100 dólares y la libra estaño de 3 a 15 dólares. El gobierno tenía rebasando las arcas del Estado, gracias a la fácil extracción y exportación de riquezas naturales y la afortunada subida de las cotizaciones.
Se debe recalcar que esa riqueza solo se originó en la extracción y venta de riquezas naturales y no fue producto del trabajo. Ese fenómeno económico causó la bonanza entre los años 2006 y 2018. Es más, el gobierno de no haber usufructuado semejante caudales no habría podido encarar su sostenida política de beneficios sociales para las clases menos favorecidas (bonos, agua para todos, vivienda social, etc.), pero con grandes falencias en salud y educación, con subvenciones al gas, electricidad, gasolina, diésel.
En trece años de vida perdularia, el gobierno dispuso de alrededor de 50 mil millones de dólares (o más) que gastó en empresas improductivas, obras faraónicas y “elefantes blancos” y, por otro lado, dilapidó y derrochó en actividades inútiles y, en gran medida, se desvió a la corrupción estatal, dispendios que dejaron al país en el mismo ruinoso estado de años anteriores a la bonanza que, reiteramos, fue fruto de las milagrosas altas cotizaciones.
Pero las cosas no son eternas. Ese providencial repunte económico llega a su fin y con él la bonanza, teniendo que lamentar que la época de las “vacas gordas” solo sirvió para consolidar el viejo sistema colonial de depender de los precios de las materias primas y no tomar en cuenta las poderosas fuerzas productivas nacionales y democráticas de los bolivianos, los únicos capaces de crear valores y riqueza con su trabajo.
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