La mendicidad es algo que ataca a muchísimas personas en todo el mundo; pero lo que nos ocurre a nosotros es que hay indigentes que se encuentran en las ciudades y muy especialmente en la sede del gobierno y que esperan la comprensión y ayuda de la población; son personas que al no tener ocupación permanente en el agro, han perdido sus terrenos de labor agrícola, se trasladan a las ciudades formando cordones humanos y, en muchos casos, dedicados a pedir limosna, para lo que utilizan a sus hijos de corta edad con el propósito de despertar mayor consideración.
Según datos de la Policía, en diversos sitios hay indigentes y muchos de ellos se han dado a la bebida y, en estado de ebriedad han resultado peligrosos, porque atentan contra la tranquilidad de los lugares donde pernoctan. El problema adquiere características de gravedad cuando asumen posiciones que los convierten en delincuentes, que podrían llegar a los peores extremos, al atentar contra personas y bienes públicos y privados.
La pobreza es, en la mayor parte de los casos, la causante de estos estados extremos, que expulsa de sus sitios originales a personas que teniendo trabajo permanente en el campo no necesitarían emigrar a las ciudades o a pueblos cercanos y lo hacen aun teniendo conciencia de que en ninguna parte podrán estar mejor que en sus propios hogares. Pero la pobreza, traducida en necesidades de toda laya, los obliga a buscar mejores condiciones de vida.
Lo grave de esta situación es que muchos de ellos viven enfermos, desnutridos y sin abrigo alguno; no cuentan ni con lo más necesario para subsistir; lo más doloroso es que las mayores consecuencias de estas situaciones de abandono y pobreza extrema las sufren los niños de corta edad, que no tienen alimentos ni abrigo, que están expuestos al frío y a todas las inclemencias del tiempo; en muchos casos son los que demandan atención para conseguir por lo menos un poco de dinero que les ayude a adquirir alimentos; en pocos casos logran reunir algún capital y, provistos de un pequeño recipiente, ofrecen dulces y galletas a los transeúntes o a los choferes que pasan por su lado.
El drama es muy severo y demanda que las autoridades adopten políticas de atención a los indigentes, que les prodiguen trabajo, que atiendan sus necesidades y provean atención médica y hospitalaria; que los niños reciban leche y alimentos que alivien su hambre y los fortalezcan. Son niños que merecen vivir, que tan solo existen al amparo de su madre y cuando ella falta quedan expuestos a ser explotados por otras personas también dedicadas a la mendicidad.
Lamentablemente, son dramas que despiertan un mínimo de solidaridad que, en general, es practicada por personas sin mayores recursos, pero que siempre están dispuestas a compartir lo poco que tienen. Sería necesario que el gobierno, conjuntamente entidades sociales, planifique formas de aliviar este drama que es doloroso para toda la población.
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