Corría el mes de enero de 1974 y hacía muy poco había quedado atrás una vida de aturdimiento espiritual, porque aunque magnánima de siempre, su mirada liviana del mundo, la hubo volcado a las pasiones de la vida secular. No hubo una transición, si hablamos en sentido rigurosamente gramatical, entre lo que acababa de dejar y la plenitud en que se aprestaba vivir. Esos son datos que los obtuve de oídas y en algunas lecturas acerca de esa vida tan prolífica en los años en que a Juanita Barrón de Garafulic, por circunstancias que podrían ser motivo de otra nota, la vi de lejos, pero continuamente, y apenas mediando entre ambos un saludo casi glacial.
Mi necesidad por conocer a una cristiana de la estatura moral y dimensión espiritual como las que se ciñen a una personalidad tan influyente en miles de creyentes católicos a lo largo de exactamente 45 años, me hizo acercarme a ella, y de ese modo, comprobar, ya de muy cerca, la monumental obra de evangelización que le cupo ejercer en el último medio siglo aproximadamente
Las tertulias que a partir de entonces me posibilitaron hablar coloquialmente con una servidora de Dios de asaz relevancia en ese plano, también me permitieron deducir - porque nunca me lo dijo en forma expresa-, la marca indeleble que dejó en ella el hado de haber vivido en sus primeros años y de alguna manera sufrido, los rigores de las cruentas transformaciones sociales y políticas entre el periodo conocido como el sexenio y la implantación de un régimen socialista fugaz entre 1970-71, al que combatió con acritud, así como el giro que dio a su existencia, la persuasión de una vida espiritual displicente en el conjunto de la sociedad, traducida en una crisis moral sin precedentes a causa de un entorno nocivo y tentador a la vida del pecado por la voracidad del mundo.
Así, se levanta la figura de Juanita, como con cariño la llaman sus discípulos; como oveja en medio de lobos para transformar vidas, para restituir familias, para salvar almas, a la luz de la Palabra, porque dicen los hombres y mujeres conocedores de las cosas del Señor, que Él advierte que su pueblo perecerá por ignorancia.
Una visita a “La Mansión” (su alma máter) de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, que los renegados llamarían casualidad y los creyentes, un llamado del Señor, hizo que Juanita Barrón de Garafulic, dedicara y dedique su vida a la oración y propagación del Evangelio. La fundación de la Renovación Carismática Católica en la ciudad de La Paz ha tenido, bajo su liderazgo, un tránsito penoso, como suelen ser los emprendimientos cuyo objetivo es el anuncio de la gran noticia de Dios.
En el barrio de Los Pinos, y mediando circunstancias casi prodigiosas para financiar los costos de un lugar de congregación carismática, la octogenaria líder espiritual, con fe inquebrantable, ha logrado erigir una formidable Casa de Oración en la que con mano de hierro y guante de seda, ve pasar todos los días de su vida, fieles investidos de los dones que Jesucristo prometió regalar a quienes acudan a la gratuidad de su Espíritu.
La Renovación Carismática Católica que no siempre fue de la complacencia del Vaticano, hoy, en nuestra ciudad y desde hace varias décadas, se constituye en brazo indisoluble de la fe católica, obediente de su credo y practicante de su doctrina, sin aportarle nada nuevo, pero encendiendo el ardor del Espíritu Santo en quienes el conservadurismo de la Iglesia ha adormecido; transmitiendo, además a los feligreses, los dogmas de la Iglesia Universal como verdades absolutas e invitándolos a un cristocentrismo que no está en conflicto con una prosternación ardorosa a la Trinidad y una veneración superlativa a María.
El autor es jurista y escritor.
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