En el país hay un debate subterráneo en torno a la palabra populismo, sin que se sepa a ciencia cierta en qué consiste ese término, determinando, así, una torre de Babel con leguajes diferentes que crean confusión en todo nivel, en especial entre políticos, intelectuales y escritores de todo género que especulan y se desbordan en sabias conclusiones en publicaciones de prensa.
Esa falta de claridad en el uso de esa palabra hace aumentar el caos, en vez de aclarar el pensamiento político en el país, lo que también se observa en naciones vecinas. Por tanto, lo primero que se observa es que se da al término distintos conceptos y entonces nuestros inteligentes analistas se transportan a especulaciones académicas, argumentaciones inoportunas, etc.
Pero ¿qué es el populismo? ¡Esa es la cuestión! Es lo que no se preguntan quienes acuden a dicha palabra, ya sea en artículos de prensa o en el lenguaje corriente, provocando una mezcolanza de ideas, por lo que es preciso encontrar una definición para el término político.
El populismo tiene dos concepciones. En primer lugar, en forma habitual tiene significado de caos, ignorancia, racismo, incultura, politiquería, etc., dirigido a denigrar al enemigo político. O sea que se le da un contenido según el criterio de quien lo utiliza y la persona a quien se dirige. Se trata de darle un sentido según el gusto del interesado, pero, en todo caso, un contenido subjetivo, vacío.
En segundo lugar, la palabra populismo tiene contenido objetivo, aunque no se lo toma en cuenta, debido al nivel de la cultura política del país. Desde este punto de vista, el populismo (palabra inventada en la terminología política europea de hace más de cien años) es un término que fue convertido en una ideología con contenido económico concreto, como se le dio originalmente y no ha variado en lo sustancial. En su definición específica busca reconocer las ventajas del sistema comunitario, ya desaparecido hace cinco mil años y del que quedan sus últimos saldos y, enseguida, evitando el desarrollo de la etapa capitalista, pasar directamente a la construcción del socialismo. En una figura gráfica sería obligar a un individuo a pasar súbitamente de la infancia a la senectud, sin pasar previamente por la adolescencia
Dicha elucubración, convertida en ideología, recibió alguna aceptación en medios políticos a principios del siglo pasado, pero según su contenido corriente, era una teoría utópica y cuando fue puesta en práctica en alguna oportunidad, fracasó rotundamente y se confirmó como falsa, anárquica. En síntesis, se evidenció como una idea fantástica y, es más, contraria al socialismo que quería implantar, pues, más bien, sólo favorecía al desarrollo capitalista al cual decía oponerse. Así, esta “ideología” fracasó en la práctica y en la teoría, aunque creando caos permanente.
A esas interpretaciones “ideológicas” se sumó una tercera posición populista y fue “socialismo del Siglo 21”, que se engendró ante el derrumbe del socialismo soviético y, entonces, se creyó que podría renacer en países suramericanos cargados de saldos del arcaico comunitarismo, utilizando, además, argumentos racistas, discriminadores, propagandísticos, etc., acompañados de un odio serval al capitalismo y una añoranza lacrimosa a las ancestrales costumbres sociales de la noche de los tiempos. Tales, entre otros, los aspectos que no toma en cuenta, ni mucho menos, la mayoría de los politólogos, analistas y políticos contemporáneos.
En Bolivia la ideología populista tiene larga historia y aún no está investigada. Su nacimiento se remonta al año 1922, cuando fue adoptada por grupos anarquistas y partidos de derecha e izquierda y teóricos venidos a menos. Alguna vez llegó al poder, pero siempre fracasó en los hechos, pues terminó luchando y derrocando gobiernos progresistas nacionales y democráticos, poniendo, en seguida, a la extrema derecha en el poder y formando con ella una íntima alianza para restaurar el viejo régimen de entreguismo y masacres y una vez cumplida esa tarea, ser expulsada del gobierno, como cuando un patrón expulsa a patadas a su perro que había ocupado su sillón favorito.
Los casos políticos de este tipo son numerosos, aunque alguna vez tuvieron una excepción, como en 1952, régimen que llegó a su fin por una contrarrevolución que engendró una nueva camada de “ideólogos” populistas que resultaron peores en el gobierno que cuando estuvieron en la oposición. Miran el pasado con lágrimas en los ojos, temen al futuro, creen que una tercera fórmula resolverá sus laberintos ideológicos y giran en redondo, como cuando un gato da vueltas tratando de morder su cola.
Entonces nuestros profundos filósofos y sabios políticos se enredan en laberínticos meandros mentales, confusiones históricas, críticas lacrimosas, comparaciones absurdas, etc. y así la palabreja sirve para embrollar el pasado, dar consignas falsas, eternizar al régimen actual, etc., menos para orientar el conocimiento político correcto que requiere la actual realidad política del país. De ahí que se podría sugerir que para utilizar la palabra populismo se parta de alguna de las definiciones de la misma y que proceda en consecuencia. En todo caso, las dos formas de populismo son erróneas.
Finalmente es posible concluir que el uso de la palabra populismo en las formas citadas es equivocado y, por tanto, debe ser combatido.
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